El orgullo, pecado del Pastor, en la "Regla Pastoral" de Gregorio Magno
"Regla Pastoral" de Gregorio Magno, escrita para justificar su rechazo inicial a asumir el episcopado, explica cómo él concibe la misión de gobierno y las condiciones y cualidades que se exigen al que pretende ser pastor. Contiene, también, una amplia exposición sobre el modo en que el pastor debe exhortar a las personas en situaciones diferentes, de género, de edad, de condición respecto a los bienes, en su situación social, civil y eclesial, señalando las virtudes y los vicios –pecados- que dominan a las diferentes personas, también los pastores. En la tercer parte, dedicada a enseñar cómo el pastor debe exhortar a las personas según su situación, condición o carácter, Gregorio señala la imprudencia, la insolencia y la cobardía, la impaciencia, la envidia, la mentira, la charlatanería, la pereza, la cólera, la soberbia, la obstinación y la inconstancia, la gula, el robo, la violencia, los pecados carnales, y luego distingue los pecados de obra y de pensamiento con detestación interna o no, el. pecar deliberada o impulsivamente. Aquí vamos a estudiar cómo Gregorio examina los pecados que impedirían confiar a una persona el gobierno eclesial. Son cuatro las cualidades requeridas para que alguien sea pastor: que el temor modere el apetito (el deseo de la cima del gobierno), la rectitud de la vida, la manifestación de esa rectitud en palabras, la consideración de su flaqueza que impida que el orgullo lo domine. En la primera parte Gregorio expone las condiciones que debe poseer quien desee el gobierno en la Iglesia. Ese gobierno es codiciado por los honores que implica. Gregorio describe esa actitud sirviéndose del texto de Mt 23,6-7 (primeros puestos, asientos, saludos en la plaza): "gentes tanto menos capaces de cumplir dignamente los deberes de la carga pastoral cuanto han llegado sólo por orgullo al magisterio de la humildad" [1] . No es Dios quien los ha llamado, su pasión les lleva a arrebatar el gobierno y el Juez los tolera, pero los ignora reprobándolos. En su argumentación, Gregorio se refiere a la actitud de humildad del "Mediador entre Dios y los hombres" quien rechazó el poder y prefirió la pena de muerte vergonzosa para enseñarnos "…a apartarnos con temor de los éxitos, porque éstos, frecuentemente, manchan el corazón por el orgullo" [2] el alma se engríe, se olvida quién es, se pierden las buenas obras hechas anteriormente. La soberbia nace porque el hombre se acostumbra a la gloria y honores. Igualmente peligrosas son la multitud de tareas que dispersan la atención pero la capacidad para hacerlas provoca el engreimiento interior, con lo cual se cae en el pecado. Comentando la afirmación de Pablo "Quien desea el episcopado buena cosa desea" [3] anota que se lo puede buscar por la gloria terrena: anhelar la dignidad, el dominio sobre los demás, alabanza propia, deseando los honores y los bienes [4] . Otro rasgo de esta soberbia y vanagloria es el proyecto de realizar "grandes obras" y creer que merece en justicia el puesto que consiguió. Otra situación que señala Gregorio es la relación entre los fieles y el clero [5] . Aquí también es el orgullo el pecado que se señala, se les recomienda mantenerse en lo justo y ser moderados en su forma de presidir así como dar el testimonio de una vida santa. El fundamento de esta última exigencia estriba en la responsabilidad: si han provocado la muerte de los fieles, son responsables de las mismas. Por esto los "prelados" deben cuidar de los demás "sin olvidar cuidarse a sí mismos". Debe, pues, cumplir con una doble responsabilidad: sobre sí mismo y sobre aquellos cuya responsabilidad ha asumido y esto lo debe expresar cumpliendo lo que enseña: "Illaqueatur igitur uerbis oris sui, dum ratione exigente constringitur, ne eius uita ad aliud quod admonet relaxetur" [6]Comentando Pr 6,3-4 ("Haz esto que digo, hijo mío, y quedarás libre, pues has caído en manos de tu prójimo: corre deprisa, importuna a tu amigo; no concedas sueño a tus ojos ni duerman tus párpados") centra su reflexión en la tarea del pastor de despertar de "la torpeza del pecado a aquel a quien preside" [7] . Señala aquí otros pecados del pastor: "pigredine": la pereza ("hacen la vista gorda a lo que saben que tienen que decir"), no conocer ni corregir, "mentis taedium": la desidia (no reprender) y "neglegentiae": la negligencia ("ignorar los pecados de sus fieles")A los fieles Gregorio les señala algunas cosas a superar en la relación con sus pastores: no juzgarlos temerariamente ni hablar de sus defectos para no caer en la soberbia y la insolencia (mordacidad) [8] . Estas –soberbia, insolencia- llevarían a los fieles a no obedecerles con reverencia ("ut tamen diuino timore constricti ferre sub eis iugum reuerentiae non recusent" [9] ). Esta "insolencia" se manifiesta también en la murmuración o en la crítica, cosas que se deben dominar por la penitencia y por la consideración de que Dios los ha puesto como pastores.Gregorio vuelve a tratar la situación de los perezosos en el capítulo 15: "Quod aliter ammonendi sunt pigri atque aliter praecipites". La recomendación genérica es: "no dejen pasar las buenas acciones aplazándolas para otro momento" [10] . Señala un proceso: la pereza conduce a la desidia "por la que pierde todo deseo de bien", adormece, hunde en el sopor (cesa el afán por hacer el bien) y, finalmente, pierde el cuidado de pensar bien y, negligentemente, "se desparrama por bajos deseos". La razón de esto la da Gregorio en la falta de disciplina: el perezoso no busca "las cosas de lo alto" que realmente sacian y, por tanto, vive en el deseo "In desiderris est omnis otiosus", cita Gregorio [11] . Las razones de la pereza: negarse a hacer lo que corresponde, por dificultad o por temor ya sea temor a la tentación o a la persecución de los malvados. Gregorio señaló, como pecado del pastor, el orgullo [12] Podemos ver cómo trata Gregorio esta actitud. Se trata de advertir, primeramente, sobre la vanidad de la gloria del mundo, lo pasajero de los bienes; cita algunos pasajes de la Escritura: Lc 18,14Pr 16,18, Si 10,9, Sal 137,6; Si 10,15,; Jb 41,25. La exaltación que buscan los soberbios les hace descender: "¿Qué hay que sea más despreciable que el orgullo? Impulsándose por encima de sí mismo se aleja de la cima de la verdadera grandeza" [13] .Muchas veces la soberbia se ignora a sí misma La soberbia se manifiesta entonces por el atrevimiento en el hablar, hablan por la impaciencia creyendo que defienden algo recto y convierten la defensa de la justicia en ejercicio de soberbia. Es necesario recordar a los orgullosos que su libertad tiene límites" [14]Gregorio recomienda corregir a los soberbios mezclando algunas alabanzas para ganar la buena disposición de estas personas, "para que mientras aceptan los honores que aman, también reciban la corrección que les disgusta" [15] , poniendo el acento en que su cambio favorecerá a otros. Finalmente, en la 4ª parte, Gregorio sintetiza su visión sobre la actitud del orgullo y su remedio.: "El predicador, después de haber observado estas reglas [16] debe entrar en sí mismo de manera que ni su vida ni su predicación lo enorgullezcan". El orgullo puede nacer al considerar su buena predicación, sus virtudes, que le traen oculta complacencia y alegría, convirtiéndose en una trampa porque pierde la humildad, se siente seguro, confía en sí, se vuelve negligente y comienza a atribuirse todo el bien "olvidándose de mirar a lo alto, hacia aquél que gobierna todo" [17] , porque se mira a sí misma y se atribuye la alabanza que debe a su Creador. Le conviene, entonces, caer en el temor reconociendo su debilidad y rebajándose por una saludable humildad.. Por esta razón Dios todopoderoso, enriqueciendo con virtudes a un pastor, conserva en él debilidades para que no caiga en el orgullo. Gregorio concluye pidiendo a su amigo una oración: "En el naufragio de esta vida te ruego que me sostenga la tabla de tu oración: por mi propio peso me hundo, me ponga a flote tu mano bienhechora." [18]
Pbro. Lic. Oscar A. Chápper
CONCLUSIÓN
82. «Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3, 15).
Esta promesa de Dios está, todavía hoy, viva y operante en la Iglesia, la cual se siente, en todo tiempo, destinataria afortunada de estas palabras proféticas y ve cómo se cumplen diariamente en tantas partes del mundo, mejor aún, en tantos corazones humanos, sobre todo de jóvenes. Y desea, ante las graves y urgentes necesidades propias y del mundo, que en los umbrales del tercer milenio se cumpla esta promesa divina de un modo nuevo, más amplio, intenso, eficaz: como una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés.
La promesa del Señor suscita en el corazón de la Iglesia la oración, la petición confiada y ardiente en el amor del Padre que, igual que ha enviado a Jesús, el buen Pastor, a los Apóstoles, a sus sucesores y a una multitud de presbíteros, siga así manifestando a los hombres de hoy su fidelidad y su bondad.
Y la Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia. Siente que el don de Dios exige una respuesta comunitaria y generosa: todo el Pueblo de Dios debe orar intensamente y trabajar por las vocaciones sacerdotales; los candidatos al sacerdocio deben prepararse con gran seriedad a acoger y vivir el don de Dios, conscientes de que la Iglesia y el mundo tienen absoluta necesidad de ellos; deben enamorarse de Cristo, buen Pastor; modelar el propio corazón a imagen del suyo; estar dispuestos a salir por los caminos del mundo como imagen suya para proclamar a todos a Cristo, que es Camino, Verdad y Vida.
Los profesores de teología
67. Cuantos introducen y acompañan a los futuros sacerdotes en la sagrada doctrina mediante la enseñanza teológica tienen una particular responsabilidad educativa, que con frecuencia —como enseña la experiencia— es más decisiva que la de los otros educadores, en el desarrollo de la personalidad presbiteral.La responsabilidad de los profesores de teología, antes que en la relación de docencia que deben entablar con los aspirantes al sacerdocio, radica en la concepción que ellos deben tener de la naturaleza de la teología y del ministerio sacerdotal, como también en el espíritu y estilo con el que deben desarrollar su enseñanza teológica. En este sentido, los Padres sinodales han afirmado justamente que el «teólogo debe ser siempre consciente de que a su enseñanza no le viene la autoridad de él mismo, sino que debe abrir y comunicar la inteligencia de la fe últimamente en el nombre del Señor Jesús y de la Iglesia. Así, el teólogo, aun en el uso de todas las posibilidades científicas, ejerce su misión por mandato de la Iglesia y colabora con el Obispo en el oficio de enseñar. Y porque los teólogos y los Obispos están al servicio de la misma Iglesia en la promoción de la fe, deben desarrollar y cultivar una confianza recíproca y, con este espíritu, superar también las tensiones y los conflictos (cf. más ampliamente la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre La vocación eclesial del teólogo)»[208].El profesor de teología, como cualquier otro educador, debe estar en comunión y colaborar abiertamente con todas las demás personas dedicadas a la formación de los futuros sacerdotes, y presentar con rigor científico, generosidad, humildad y entusiasmo su aportación original y cualificada, que no es sólo la simple comunicación de una doctrina —aunque ésta sea la doctrina sagrada—, sino que es sobre todo la oferta de la perspectiva que, en el designio de Dios, unifica todos los diversos saberes humanos y las diversas expresiones de vida.En particular, la fuerza específica e incisiva de los profesores de teología se mide, sobre todo, por ser «hombres de fe y llenos de amor a la Iglesia, convencidos de que el sujeto adecuado del conocimiento del misterio cristiano es la Iglesia como tal, persuadidos por tanto de que su misión de enseñar es un auténtico ministerio eclesial, llenos de sentido pastoral para discernir no sólo los contenidos, sino también las formas mejores en el ejercicio de este ministerio. De modo especial, a los profesores se les pide la plena fidelidad al Magisterio porque enseñan en nombre de la Iglesia y por esto son testigos de la fe»[209].
Una llamada particular dirijo a las familias: que los padres, y especialmente las madres, sean generosos en entregar sus hijos al Señor, que los llama al sacerdocio, y que colaboren con alegría en su itinerario vocacional, conscientes de que así será más grande y profunda su fecundidad cristiana y eclesial, y que pueden experimentar, en cierto modo, la bienaventuranza de María, la Virgen Madre: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (Lc 1, 42).También digo a los jóvenes de hoy: sed más dóciles a la voz del Espíritu; dejad que resuenen en la intimidad de vuestro corazón las grandes expectativas de la Iglesia y de la humanidad; no tengáis miedo en abrir vuestro espíritu a la llamada de Cristo, el Señor; sentid sobre vosotros la mirada amorosa de Jesús y responded con entusiasmo a la invitación de un seguimiento radical.La Iglesia responde a la gracia mediante el compromiso que los sacerdotes asumen para llevar a cabo aquella formación permanente que exige la dignidad y responsabilidad que el sacramento del Orden les confirió. Todos los sacerdotes están llamados a ser conscientes de la especial urgencia de su formación en la hora presente: la nueva evangelización tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como camino específico hacia la santidad.La promesa de Dios asegura a la Iglesia no unos pastores cualesquiera, sino unos pastores «según su corazón». El «corazón» de Dios se ha revelado plenamente a nosotros en el Corazón de Cristo, buen Pastor. Y el Corazón de Cristo sigue hoy teniendo compasión de las muchedumbres y dándoles el pan de la verdad, del amor y de la vida (cf. Mc 6, 30 ss.), y desea palpitar en otros corazones —los de los sacerdotes—: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6, 37). La gente necesita salir del anonimato y del miedo; ser conocida y llamada por su nombre; caminar segura por los caminos de la vida; ser encontrada si se pierde; ser amada; recibir la salvación como don supremo del amor de Dios; precisamente esto es lo que hace Jesús, el buen Pastor; Él y sus presbíteros con Él.Y ahora, al terminar esta Exhortación, dirijo mi mirada a la multitud de aspirantes al sacerdocio, de seminaristas y de sacerdotes que —en todas las partes del mundo, en situaciones incluso las más difíciles y a veces dramáticas, y siempre en el gozoso esfuerzo de fidelidad al Señor y del incansable servicio a su grey— ofrecen a diario su propia vida por el crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad en el corazón y en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.Vosotros, amadísimos sacerdotes, hacéis esto porque el mismo Señor, con la fuerza de su Espíritu, os ha llamado a presentar de nuevo, en los vasos de barro de vuestra vida sencilla, el tesoro inestimable de su amor de buen Pastor.En comunión con los Padres sinodales y en nombre de todos los Obispos del mundo y de toda la comunidad eclesial, os expreso todo el reconocimiento que vuestra fidelidad y vuestro servicio se merecen[233].Y mientras deseo a todos vosotros la gracia de renovar cada día el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos (cf. 2 Tim 1, 6); de sentir el consuelo de la profunda amistad que os vincula con Cristo y os une entre vosotros; de experimentar el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; de cultivar el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en vosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el día de Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6); con todos y cada uno de vosotros me dirijo en oración a María, madre y educadora de nuestro sacerdocio.Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia.Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente.

ORACIÓN ADSUMUS (Aquí estamos) de San Isidoro de Sevilla
Aquí estamos, Señor, Espíritu Santo. Aquí estamos frenados por la inercia del pecado pero reunidos especialmente en tu nombre. Ven a nosotros y permanece con nosotros dígnate penetrar en nuestro interior, enséñanos lo que debemos hacer, por donde deberíamos caminar, y muéstranos lo que debemos practicar para que con tu ayuda sepamos agradarte en todo. Se Tú el único inspirador y realizador de nuestras decisiones. Tú el único que, con Dios Padre y su Hijo, posees un nombre glorioso. No permitas que quebrantemos la justicia. Tú que amas la suprema equidad, que la ignorancia no nos arrastre al desacierto, que el favoritismo no nos doblegue, que no nos corrompa la acepción de personas o de cargos. Por el contrario, únenos eficazmente a Ti sólo con el Don de Tú gracia, para que seamos uno en Ti y en nada nos desviemos de la verdad. Y lo mismo que estamos reunidos en Tú nombre, así también mantengamos en todo, la justicia, para que hoy, nuestras opiniones, en nada se aparten de Ti. Y, en el futuro, obrando rectamente, consigamos los premios eternos.
naturaleza e innatismo
| La ley natural es la "participación de la ley eterna en la criatura racional" |
Comentario
Santo Tomás defiende en el siguiente texto fundamental de Suma Teológica la existencia de un primer precepto de la ley natural («el bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de evitarse») vinculado a la razón práctica, análogo al primer principio al que se somete la razón teórica. Junto con ello, muestra la relación de los bienes con las inclinaciones humanas. |
Como ya dijimos (q.91 a.3), los principios de la ley natural son en el orden práctico lo que los primeros principios de la demostración en el orden especulativo, pues unos y otros son evidentes por sí mismos. Ahora bien, esta evidencia puede entenderse en dos sentidos: en absoluto y en relación a nosotros. De manera absoluta es evidente por sí misma cualquier proposición cuyo predicado pertenece a la esencia del sujeto; pero tal proposición puede no ser evidente para alguno, porque ignora la definición de su sujeto. Así, por ejemplo, la enunciación «el hombre es racional» es evidente por naturaleza, porque el que dice hombre dice racional; sin embargo, no es evidente para quien desconoce lo que es el hombre. De aquí que, según expone Boecio en su obra De hebdomad., hay axiomas o proposiciones que son evidentes por sí mismas para todos; y tales son aquellas cuyos términos son de todos conocidos, como «el todo es mayor que la parte» o «dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí». Y hay proposiciones que son evidentes por sí mismas sólo para los sabios, que entienden la significación de sus términos. Por ejemplo, para el que sabe que el ángel no es corpóreo y entiende lo que esto significa, resulta evidente que el ángel no esta circunscrito a un lugar; mas no así para el indocto, que desconoce el sentido estricto de estos términos. Ahora bien, entre las cosas que son conocidas de todos hay un cierto orden. Porque lo primero que alcanza nuestra aprehensión es el ente, cuya noción va incluida en todo lo que el hombre aprehende. Por eso, el primer principio indemostrable es que «no se puede afirmar y negar a la vez una misma cosa», principio que se funda en las nociones de ente y no-ente y sobre el cual se asientan todos los demás principios, según se dice en IV Metaphys. Mas así como el ente es la noción absolutamente primera del conocimiento, así el bien es lo primero que se alcanza por la aprehensión de la razón práctica, ordenada a la operación; porque todo agente obra por un fin, y el fin tiene razón de bien. De ahí que el primer principio de la razón práctica es el que se funda sobre la noción de bien, y se formula así: «el bien es lo que todos apetecen». En consecuencia, el primer precepto de la ley es éste: «El bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de evitarse». Y sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley natural, de suerte que cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo los preceptos de esta ley en la medida en que la razón práctica lo capte naturalmente como bien humano . En segundo lugar, encontramos en el hombre una inclinación hacia bienes más determinados, según la naturaleza que tiene en común con los demás animales. Y a tenor de esta inclinación se consideran de ley natural las cosas que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, tales como la conjunción de los sexos, la educación de los hijos y otras cosas semejantes. En tercer lugar, hay en el hombre una inclinación al bien correspondiente a la naturaleza racional, que es la suya propia, como es, por ejemplo, la inclinación natural a buscar la verdad acerca de Dios y a vivir en sociedad. Y, según esto, pertenece a la ley natural todo lo que atañe a esta inclinación, como evitar la ignorancia, respetar a los conciudadanos y todo lo demás relacionado con esto. |
texto de santo tomás
S.Th I-II, q.94.
Aplicaciones

Horrendum illud scelus de San Pío V.
"Ese horrible crimen, en cuenta del cual ciudades corruptas y obscenas fueron destruidas por el fuego a través de la condenación divina, nos causa el dolor más amargo e impacta nuestra mente, impulsándonos a reprimir ese crimen con el mayor celo posible.1. Muy oportunamente el III Concilio de Letrán decretó que cualquier miembro del clero que sea capturado en esa incontinencia contra natura, dado que la ira de Dios cae sobre los hijos de difidencia, sea removido del orden clerical o forzado a hacer penitencia en un monasterio (Cf. Decretales de Gregorio IX, Libro V, Título XXXI, Cap. IV).2. Para que el contagio de tan grave ofensa no pueda avanzar con mayor audacia aprovechándose de la impunidad, que es la mayor incitación al pecado, y con el fin de castigar más severamente a los clérigos culpables de este nefando crimen y que no están asustados por la muerte de sus almas, Nos determinamos que deben ser entregados a la severidad de la autoridad secular, que impone por la espada la ley civil.
3. Por lo tanto, el deseo de seguir con mayor rigor lo que hemos decretado desde el comienzo de nuestro pontificado (Cum Primum), establecemos que cualquier sacerdote o miembro del clero, tanto secular como regular, de cualquier grado o dignidad, que cometa un crimen tan execrable, por la fuerza de la presente ley sea privado de todo privilegio clerical, de todo puesto, dignidad y beneficio eclesiástico, y habiendo sido degradado por un juez eclesiástico, que sea entregado inmediatamente a la autoridad secular para que sea conducido al suplicio, según lo dispuesto por la ley como el castigo adecuado para los laicos que están hundidos en ese abismo.A nadie, pues, sea lícito infringir o contrariar temerariamente esta página contentiva de nuestra remoción, abolición, permiso, revocación, orden, precepto, estatuto, indulto, mandato, decreto, relajación, exhortación, prohibición, obligación y voluntad. Si alguno presumiere intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.
Dado en Roma junto a San Pedro, en el año 1568 de la Encarnación del Señor, a 3 de las calendas de septiembre (30 de agosto), año III de Nuestro Pontificado.
Al terminar, compartimos una excelente comida del lugar regado con un buen vino. Como se debe.
Una jornada de fraternidad sacerdotal que terminaba entre risas y chascarrillos. Pronto nos volveremos a ver, con el mismo horario, en otra comunidad que nos acoja. ¡Laus Deo!
Segunda sesión: 11 de DICIEMBRE en Sant Esteve de Palautordera
Tercera sesión: 8 ENERO, en La Costa del Montseny (Hermanitas del Cordero)
LEMA
Próximas Jornadas: 11 de Diciembre y 8 de Enero.
