Por qué me dolió el Papa Francisco

Por qué es importante el documento Fiducia
Suplicans
Mi entendimiento estaba moviéndose tan rápidamente colmó el bus azul 204 que tome al azar en Madrid. Era el 16 de diciembre de 2023. Me daba igual que diera varias vueltas por Madrid hasta que me dejó cerca de Fuenlabrada, donde no se me había perdido nada. Antes de entrar en el seminario ya me gustaba la filosofía. Detecté la llamada de Dios después de que Platón me ayudara a descubrir y a saborear la verdad. Jesús era la Verdad divina y encarnada. No hubo ningún mérito en mi vocación sino una gran dicha. La Verdad me salió al encuentro. Este rasgo personal de mi vocación era parecido al de san Pablo, no por su santidad sino por la distancia interior que existía entre la gracia de Dios que le llamaba y su DNI acuñado en el fariseísmo. Creo que únicamente se enfadó en dos ocasiones: cuando unos lacayos intentaron herir su orgullo y tuvo que apelar al César. Con un par. Y otra, cuando a pesar de ser "el último en llegar", riño al primero, a Pedro, por no seguir a Jesús. Y tal cual se quedó. ¡Menudas columnas tiene la Iglesia!
La distancia no es mala. Permite tomar nota de las proporciones.
Esta distancia me la notaron siempre algunos de los obispos que han
transcurrido en mi vida. No es timidez. Tampoco indiferencia ni
orgullo. Es que soy gentil de cabeza. Bautizado, pero no
circunciso. Como San Pablo. Cuando sigo la Iglesia se abre en mi
interior una distancia crítica entre ella y mi cabeza porque ella
no es tan absoluta como Jesús. Creo en su mediación. Pero tal
mediación me hace sufrir y mi reacción es volverme hacia los
gentiles sin circuncidar mi entendimiento.
Recuerdo que camine mucho sin dar crédito a lo que leía. Estaba (y sigo estando) perplejo y atónito. Comprobé que el escrito (fiducia suplicans) estaba firmado por el Papa, pero antes de que mi voluntad quisiera asentir, mi entendimiento ya me había amenazado con dejarme sin sueño si aceptaba aquello sin resistirme. Así fue. No una sino varias noches en blanco, pero el veredicto era siempre el mismo. Uno no es dos. Una pareja son dos unidades. La unidad no es un número sino quien numera los otros unos. Por eso dos unos no son uno. Agoté todas fórmulas lógicas posibles, pero no hubo forma. Si hubiese sido el trabajo de un alumno ya estaría suspendido, pero era del Dicasterio de la fe. Casi nada. Calmé y acaricié mi conciencia para que tragara, pero no hubo manera. Mi cabeza vomitaba una y otra vez.

Creo que ahí empezó mi crisis. Claro que entonces todavía no sabía que la crisis no era mía sino inducida. Estaba cansado. Entre a visitar al Señor y le pregunté si Él había elegido a doce o a uno más uno más uno hasta doce. Había aprendido en el seminario que él quiso doce por no sé qué de las tribus de Israel. Que raros los biblistas. También sabía que él tenía tres discípulos predilectos. No uno más uno más uno sino tres cuyos nombres eran Pedro, Santiago y Juan. Tres eran tres. Dos eran dos. La unidad no es número, sino que numera... Ya no sabía que había qué bendecir o maldecir... y me dormí con la esperanza de que alguien me aclarara el baile de números...
Creo que ahí empezó mi crisis. Claro que entonces todavía no sabía que la crisis no era mía sino inducida. Estaba cansado. Entre a visitar al Señor y le pregunté si Él había elegido a doce o a uno más uno más uno hasta doce. Había aprendido en el seminario que él quiso doce por no sé qué de las tribus de Israel. Que raros los biblistas. También sabía que él tenía tres discípulos predilectos. No uno más uno más uno sino tres cuyos nombres eran Pedro, Santiago y Juan. Tres eran tres. Dos eran dos. La unidad no es número, sino que numera... Ya no sabía que había qué bendecir o maldecir... y me dormí con la esperanza de que alguien me aclarara el baile de números...
Luego vino la aclaración que aún complicaba más las cosas. Ahora la discusión era sobre qué se bendecía, si la persona o la relación entre dos personas. En el primer caso no había problema, pero parece que en el segundo caso sí lo había. La iglesia no podía bendecir una pareja de dos individuos sin atender a la relación que los unía. Claro -pensé yo- no es igual una pareja de guardias, un par de mafiosos, una pareja de enamorados que una pareja homosexual. Entonces entendí la cuestión. Una pareja homosexual, aunque vengan uno detrás de otro, o sobre los hombros del primero, o, aunque circulen muy rápido constituyen un nexo o relación o unión homosexual que -hasta hoy- no parece que sea la posición de la Iglesia católica. Entonces entendí claramente poque el cardenal Sarah o el anterior prefecto Müller y otros obispos habían puesto el grito en el cielo. Igual que muchos obispos africanos. A mi pobre juicio no es igual bendecir un matrimonio clásico que bendecir una unión homosexual. Pues en menudo jardín se ha metido la Iglesia -pensé para mis adentros-
A mí no me gusta el ruido. Prefiero la paz. Pero me di cuenta (eso me alivió) de que yo no estaba en crisis, pero la cúpula eclesiástica tenía un grave problema con la verdad. Porque la verdad es universal. Y una cosa no puede ser verdad aquí y en África no. Bendecir aquí y maldecir allí. O bien ambas son falsas. Aquella noche di gracias a Dios por los Santos Platón y Aristóteles, porque en eso los gentiles (tanto hetero como homosexuales) coincidimos: lo que es imposible no puede ser. Aunque los gentiles bautizados y los paganos no consideramos que la verdad revelada y el mundo coincidan en sus opiniones. Y mucho menos por lo que respecta a las cuestiones sexuales y amorosas. Antes de conciliar el sueño miré la imagen de Francisco y pensé lo mismo que había escuchado decir a mi cardenal Omella: ! pobre hombre! (Refiriéndose al Papa) Tenía razón Pobre hombre. Rece para que el Señor le asistiera a él y también para que me ayudará a mí.
Hacía frío aquel día. Durante las Navidades pensaba ya en regresar a Barcelona, pero todo me parecía extraño, especialmente el silencio. Resulta que lo que me hacía sufrir no le importaba a nadie. La Iglesia acababa de hacer un guiño a la homosexualidad y nadie decía nada. Increíble. Vamos a ver. Si por una sola vez podía ser bendecida una unión cuyo pecado consiste en existir o bien no es pecado o no veo que otra cosa positiva pueda bendecirse a partir de ahora. O se bendice a la persona y no hace falta más bendiciones o la novedad de esa bendición es que por primera vez la iglesia cambia y pasa de condenar una relación a bendecirla. El cambio no podía disimularse. Si por sólo una vez eso ocurre es que puede ocurrir de nuevo. La Iglesia duda de su propia identidad y en realidad le importa poco bendecir o maldecir porque no cree en nada -pensé-.

Mientras paseaba me dolía el silencio. Era como si el universo tuviera el alma congelada de sus cristianos sin nadie que alzará la voz. Me asustaba pensar que esta tremenda realidad quedaba a discreción de cada sacerdote. No recibía ningún encargo y no necesitaba protocolo alguno. Quedaba a mi conciencia poder decidir una cosa u otra. Me amenazaba la posibilidad de que yo decidiera proceder de un modo y otro compañero decidir lo contrario quizá en la misma parroquia o con las mismas personas. ¡menudo cachondeo se va a armar! -pensé- Era evidente que acababan de ponerme en primera fila. No era posible evadir la ecuación.
Mientras paseaba me dolía el silencio. Era como si el universo tuviera el alma congelada de sus cristianos sin nadie que alzará la voz. Me asustaba pensar que esta tremenda realidad quedaba a discreción de cada sacerdote. No recibía ningún encargo y no necesitaba protocolo alguno. Quedaba a mi conciencia poder decidir una cosa u otra. Me amenazaba la posibilidad de que yo decidiera proceder de un modo y otro compañero decidir lo contrario quizá en la misma parroquia o con las mismas personas. ¡menudo cachondeo se va a armar! -pensé- Era evidente que acababan de ponerme en primera fila. No era posible evadir la ecuación.
La plaza estaba silenciosa, pero en mi corazón había mucho ruido. Los silencios pueden significar muchas cosas. Si uno va al cementerio siente un silencio denso muy especial, misterioso y solemne. En cambio, cuando a menudo salía de viaje con mi padre recuerdo horas largas de silencio. No nos decíamos nada, pero compartíamos aquella complicidad silenciosa difícil de explicar si no hay unos intensos lazos de amor. Es un silencio cómplice. Luego me fui acostumbrado a los silencios bordes de quienes no dan ni los buenos días y únicamente responden a tu consulta con una especie de gruñido. Es el silencio administrativo que únicamente acaba cuando oyes: "el siguiente". Es como cruzar el Niagara en bicicleta, como cantaba Juan Luis Guerra.
Al terminar el bocadillo recibí un correo. Era un formulario de change.org con una carta dirigida al Papa. El formato era estándar y la redacción respetuosa y formal. Invocando un Canon del derecho canónico todavía vigente recogían firmas para pedir al Papa que revisara el documento. Era una petición filial impecable que recogía la angustia, sorpresa y confusión en la que muchos navegamos por aquel invierno. Una oleada de paz inundó mi alma. Por fin Dios me escuchaba. Revise los firmantes para cerciorarme de que no firmaba ningún panfleto. Encontré entre los que promovían la iniciativa a los hermanos Ampuero. Ambos buenos sacerdotes en el Perú y antiguos amigos del Seminario. También reconocí a Antonio Diufain que recordaba del seminario. Compañero sacerdote y misionero de un celo envidiable. También estaba la de mi hermano Agustín, hoy padre de dos religiosas del IVE. No me lo pensé más y firme aquella petición. La plaza seguía vacía y silenciosa. Yo decidí ponerme a un lado del documento. Intuía que otros tomarían otra opción. Lo sigo pensando todavía hoy. Habría un antes y un después. Siempre lo hay. Es el riego de ejercer la libertad.
CANCELACIÓN O CONTENCIÓN DE DAÑOS
Entré por los pasillos que tanto había frecuentado en tiempos del cardenal Carles. Ya no estaba la imagen de la Sagrada Familia que entronizó su sucesor el cardenal Sistach. Olía a limpio. Me esperaba el sr. Cardenal sonriente. Me limité a escuchar. Me corrigió muy amablemente por escribir comentarios duros contra el Papa. Le respondí que había jurado obediencia al Sumo Pontífice y que mis comentarios únicamente mostraban mi perplejidad ante un documento que -por otro lado- había sido ya reprobado por conferencias episcopales enteras y por el continente africano. Que no es poco. Me dijo que las redes no eran el lugar apropiado para airear temas que pudieran escandalizar a personas con una fe más sencilla. Le di la razón. Poner en público sin poder matizar es un medio poco o nada recomendable para expresar una opinión. Entonces sacó su celular donde tenía una información en la que constaba mi nombre como firmante de la declaración de súplica al Papa para que revisasen Fiducia suplicans. Efectivamente aquello era cierto. Me dijo que “otros firmantes” (toledanos) estaban recibiendo un apercibimiento más duro que el mío. Y también era cierto. En un tono cercano me reconoció que había otros caminos mejores, como una carta dirigida al Cardenal Fernandez, el prefecto firmante del decreto, en una correspondencia personal. Insistió en que se trataba de “los modos” y no del fondo del tema. Añadió que el Papa lo que quería era “poner orden” en Alemania, donde ya venían oficiándose matrimonios homosexuales y que si ara “nosotros” -los carcas- poníamos el grito en cielo, él no podría exigirles a ellos una obediencia tan deseada para evitar un cisma.
Mi padre lo hacía a menudo. Cuando había discusiones entre hermanos, el daba un bofetón al más cercano, y si te quejabas diciendo: “yo no he sido” él respondía: “A mí eso no me importa. Encuentra tú al culpable le pasas el tortazo y en paz”. Claro que entonces todavía vivía Franco. Desde entonces siempre he intentado ser justo y dar la patada al culo pertinente, sin compensación ni contención de daños. Eran otros tiempos. Nos despedimos como siempre con amabilidad y cercanía. Me marché del palacio episcopal, consciente de que el culo era alemán y la injusticia clama al cielo.
En las semanas siguientes seguí la purga que el Cardenal de Toledo, Francisco Cerro hacía de aquellos sacerdotes también firmantes como yo de una petición impecable. Yo recordaba con afecto al obispo Cerro, compañero también de estudios en el mismo seminario y durante los mismos años que yo. Un amante del corazón de Jesús. No podía creer que tuviera problemas con sacerdotes como los hermanos Ampuero u otros firmantes. Pensé que era una mera “contención de daños”. La autoridad a veces tiende a fortalecerse cuando se siente amenazada. Hacen lo que deben hacer. No hay nada que opinar. Simplemente me sorprendió la rapidez y la dureza de las medidas, que jamás había experimentado tan intensamente desde mi ordenación sacerdotal. Algo olía mal. Me entristeció ver como Antonio Diufain se “retractaba” en un video en el que claramente expresaba que no tenía nada contra el Papa. Un sacerdote que se había dejado la piel como misionero en la dominicana. Se replegaron también los hermanos Ampuero pertenecientes a una congregación con sede en Perú. De la sorpresa fui pasando a la tristeza y consternación al observar un aluvión de medidas estrictas contra los obispos o sacerdotes que mostraran reticencias de conciencia al documento. Y las medidas fueron de una severidad “in crescendo” hasta que el ambiente se hizo insoportable. Durante unos meses en mi cuenta anterior de Facebook simplemente apareció este emoticono. Este silencio únicamente significaba prudencia, no cobardía.
Ahora, libre y distante emocionalmente, puedo afirmar que jamás hubiera esperado este trato de la Iglesia a la que siempre había servido fielmente. Estas medidas eran injustas y tan severas como caprichosas. Como había previsto, los sacerdotes estábamos cayendo a un lado u al otro de Fiducia suplicans. Y seguirá ocurriendo. El ambiente clerical estaba asustado viendo pasar por encima de nuestras cabezas suspensiones y anatemas que recordaban la edad media. Me esforcé en disimular, orar más, ofrecerlo al Señor y salvar la voluntad del superior. Pero fue un error. La crisis no era ni es mía sino de la jerarquía eclesiástica que está muy perdida. Ciertamente, después de ver cabezas mitradas cortadas de cuajo, mi problema era menor, aunque mi tristeza era mayor. Estábamos ante una purga sin tapujos, pero eso no curaría la herida, porque sin verdad no hay justicia y con sanciones nadie se motiva. Mejor estar calladito porque caen chuzos -pensé-
En los meses siguientes imperó la cultura de la cancelación
mientras otros sacerdotes de muy distinta formación -si es que la
tienen- eran agasajados. Me refiero al P. James Martín a quien el
Papa prologó su libro. Un defensor de los derechos LGTBI. Me
escandalizó ver con que solicitud recibía a personas del Loby que
defiende unas agendas claramente incompatibles con la fe. Me
refugiaba en pensamientos como que “en la Iglesia cabemos todos,
todos, todos” y que yo era un malote por pensar mal. Pero no era
así. Estaba equivocado. Yo no era un malote. Simplemente no era un
sacerdote disk-jockey, una maestra del lío -como Lucia Caram- ni un
imbécil como todos los que ríen las gracias al paganismo que se nos
come la fe. El pensamiento wok campa a sus anchas entre los
pasillos de nuestras iglesias.
Y nosotros calladitos.

Había pasado un año desde la aprobación de FS. Después de un período de denso silencio y un desgajarse paulatino de algunas ramas, como Mons. Viganó hacia el cisma declarado, aquel documento estaba dejando un largo reguero de sacerdotes que saltaban de la barca al agua del mundo después de escribir comunicados piadosos que manifestaban un serio dolor de conciencia y un desconcierto esencial. Estaba claro que mi crisis no era mía sino inducida. Aprendí de San Aristóteles que no puede deshacerse un nudo si no sabes cómo está hecho. Además, es un requisito esencial para ser libre de meterte o no en un jardín. Yo no me sentía salvador de nadie ni de nada, pero si no lo hacía, era como dejar de hacer lo que había hecho durante toda mi vida. Creo que es sano saber cuáles son las causas de lo que te hace sufrir. El mero hecho de detectarlas racionalmente ya es terapéutico.
No es razonable definir la definición por lo definido. Jamás afirmaría en clase que la sustancialidad constituye la sustancia. Es un círculo vicioso. Por el mismo motivo afirmar que la luz es luminosa porque está constituida por elementos luminosos es verborrea estéril. Si uno afirma tener fe en la existencia de Dios por haber leído la Biblia, que es la palabra de Dios, se crea un círculo vicioso. No tenemos un problema de fe, sino de razón. Un creyente no es un fidelista, que es otro asunto. ¿Cómo puede ser que el Espíritu Santo inspire la convocatoria de un sínodo para definir la sinodalidad? ¿Con que sinodalidad se convocaría tal sínodo? -pensé- Luego me di media vuelta sobre la cama y decidí no seguir pensando en tonterías, aunque en el fondo de mi corazón, sabía que tarde o temprano debería esclarecer la magia que podía contener aquella sinodalidad capaz de enardecer a muchos no sé básicamente a qué, si todavía no se habían reunido para definirlo.
Durante la pasada primavera escribí en Facebook algunos fragmentos sobre el papel que jugaba el feminismo radical en la desaparición de la familia tal como Dios la había diseñado. Me daba cuenta del feroz naturalismo que inspiraban la mayoría de sus respuestas, siempre decentes y muy liberales, pero en completa oposición a la voluntad de Dios y a la fe. Después de la “tarjeta amarilla” que me había ganado ordené mis palabras según un esquema robusto, claramente iusnaturalista, consciente de la inutilidad de invocar la fe sin antes exponer el orden de la ley moral natural como fundamento de la sociedad europea. Cuando llegaron los juegos olímpicos en París quedó claro que Europa sencillamente apostataba públicamente de la fe cristiana. También opiné -y mucho- en contra de la ideología de género, que pulverizaba las bases de la unión heterosexual y fecunda tal como la conocemos hasta nuestros días.
En el fondo me seguían escandalizando los “guiños” de complicidad del vaticano hacia todas esas herejías tan directamente encaminadas a secularizar y acabar con la fe cristiana. El último de ellos la inclusión de una peregrinación del loby LGTBI a ganar también el jubileo. Que sí. Luego que no. Y tal y tal. Luego, conocí los “nuevos pecados” contra la naturaleza y a favor de la paz. Unos cuantos purpurados pidieron perdón por ellos, aunque yo no me sentía especialmente culpable de nada. Era una sensación extraña. Nunca me había considerado ecologista ni feminista. Si además no me llamaba la atención lo sinodal, realmente tenía un problema.

Escribí una nota en Facebook recordando los objetivos del sínodo, que básicamente eran reafirmar el papel de la mujer en la Iglesia, luchar en favor de la conservación del clima y la paz mundial y trabajar por la sinodalidad. En aquella nota decía que ninguno de los objetivos del sínodo llamaba poderosamente mi atención, ni habían estado presentes en mi vocación ni en mi ministerio. Si debo decir toda la verdad, en la versión que publiqué también añadí (como de pasada) el nombre del arzobispo Viganó, porque “Yo no soy tonto”, como decía el anuncio de Mediamark. En pocos minutos recibí una amable nota de WhatsApp del cardenal en la que me invitaba a un nuevo encuentro. En la cálida entrevista que mantuvimos él abrió la puerta a qué “quizá este texto no es tuyo” o “alguien te ha suplantado” la cuenta de FB. Realmente le agradecí aquella medida de gracia y me acogí a ella. Le dije que en la nota que había recibido, la inclusión de Viganó no era más que un señuelo, para medir la disciplina y rapidez con que actuaban sus informadores, que me deben apreciar un montón. También le prometí que dejaría la cuenta de Facebook. Y así fue. La di inmediatamente de baja, no sin antes publicar una, la última, que ahora reproduzco íntegramente.
“Las consecuencias del texto confuso de FS son todas terribles. Abre la posibilidad de que el vicario de Cristo pueda actuar no con autoridad vicaria sino absoluta suplantando lo que dijo el Señor Jesús. Esta mera posibilidad debilita la confianza que los fieles necesitan obtener de los sucesores de Pedro. Por otro lado, si por una sola vez aquello que ofende a Dios pasa a ser agradable a sus ojos se abre la posibilidad de que esto ocurra o pudiera ocurrir en el juicio moral sobre cualquier otra cuestión. SI lo que una conciencia percibe como auténtico es suficiente para ser bendecido por la iglesia abre un hiato imposible de salvar entre el juicio subjetivamente autentico y el juicio moral objetivo y sustituye el valor objetivo de la verdad cristiana. Las llamadas situaciones irregulares dejan de serlo y las fronteras de la conciencia pueden dudar si Roma sirve o no a Belén.
FS constituye un antes y un después en las relaciones entre la verdad y el amor que permanecen alteradas en su esencia. Aunque se persigue a los disidentes del texto lo cierto es que mientras este no se corrija es imposible remediar la desconfianza en la Iglesia que el documento causa. Está en juego la credibilidad misma de aquellos que Dios llamó a garantizarla. La vitalidad vocacional que la Iglesia urge no puede conseguirse sin la seguridad de que los ministros de la iglesia crean con fe católica lo que Jesús revelo y la tradición conservó” Se me olvidaba: la magia de la sinodalidad es que no constituye un qué sino un cómo. No es ejercicio de la razón teórica sino de la práctica. No es una afirmación dogmática ni abstracta sino la resolución efectiva de un modo de actuar. El método se vuelve objetivo en sí mismo. Sobre esto volveré en otro momento.
En los días siguientes hice la mudanza hacia otro lugar. Necesitaba respirar aire puro y descontaminar mi espíritu. Me despedí de los míos. Hablé con mi decano y el sacerdote con el que colaboraba y “dejé que circulara el aire”. Me pareció una medida prudente. Un buen amigo me aconsejó “que me hiciera el muerto, antes de que me mataran”. Pero no es mi estilo. Entonces abrí esta cuenta nueva en la que pienso seguir escribiendo en momentos menos densos, porque tampoco quiero ser inoportuno o insensible.
Doble paradigma

FS constituye un antes y un después en las relaciones entre la verdad y el amor que permanecen alteradas en su esencia. Confirmé esta intuición al leer atentamente la carta que el Santo Padre firmó el 21 de noviembre acerca de la importancia del estudio de la historia de la Iglesia, especialmente para ayudar a los sacerdotes a interpretar mejor la realidad social. Además, añadía que esta era una “cuestión que me gustaría que se tuviera en cuenta en la formación de los nuevos sacerdotes “. Obviamente -pensé- Esta carta alienta a promover en los jóvenes estudiantes una “una real sensibilidad histórica” para que surja en ellos “una clara familiaridad con la dimensión histórica propia del ser humano”. “Estudiar y narrar la historia ayuda a mantener encendida «la llama de la conciencia colectiva». Esto ayuda a evitar “abstracciones peligrosas y desencarnadas”, nos protege del “monofisismo eclesiológico”, es decir, de una concepción demasiado angelical de la Iglesia. “La historia de la Iglesia nos ayuda a ver la Iglesia real” Las abstracciones son causa de la dificultad de no poder incluir al hombre herido en nuestro caminar. Mientras leía recordaba todas las horas que pasé con el maldito “deconstruccionismo” de la escuela de Frankfort, el llamado “círculo hermenéutico” del que tanto aprendí el Profesor Vía Taltavull.
El documento añade que “el fruto de esta ensoñación ahistórica son los relatos de identidad y relatos de exclusión”. “La realidad, pasada o presente, nunca es algo sencillo que pueda reducirse a simplificaciones ingenuas y peligrosas”. Al final, como se dice “una cosa fuera de contexto sirve sólo de pretexto”. Gracias al método histórico podemos huir de las ideologías. La historia de la salvación es la de un pueblo que camina, siempre unido y siempre hacia delante. Cuando todos sus miembros, clérigos o laicos, son fieles al espíritu de Dios, queda superada “la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el Evangelio”.
De esta manera la Iglesia “comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que debe mantener con el mundo». La buena intención de la carta me parecía clara. No debemos olvidar la Shoah, Hiroshima y Nagasaki, ni las persecuciones, el tráfico de esclavos y las matanzas étnicas. “Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. En esta comprensión de la verdad histórica es cuando podemos ser más útiles a la sociedad. Así conseguiremos “una nueva síntesis” para el bien de todos». En las últimas observaciones el Papa advierte de la “equivocada orientación apologética, cuando la historia de la Iglesia se transformó en historia de la teología o de la espiritualidad en los siglos pasados”. Esta forma de encarar la verdad “no promueve la sensibilidad a la dimensión histórica a la que me he referido al inicio”. Y, por ende, habrá que eliminarla -pensé-.
La teología que no ponga en su fundamento tal hermenéutica es reduccionista y se muestra “incapaz de entrar realmente en diálogo con la realidad viva y existencial de los hombres y mujeres de nuestro tiempo” -y, por ende, será cancelada -me dije a mí mismo- “En el camino de formación de los futuros sacerdotes, se percibe una educación aún no adecuada a las fuentes” -y por eso hay que revisar los estudios eclesiásticos en su totalidad -concluí para mis adentros-. No hay que afirmar nada abstracto y desencarnado sino “hacer historia” de la Iglesia y “hacer teología” involucrándose en el compromiso comunitario, porque es así como se ama el vínculo entre la historia de la Iglesia y la eclesiología. “La investigación histórica se hace indispensable si se quiere una verdadera eclesiología verdaderamente mistérica. Hay que añadir la exquisita sensibilidad del papa al observar que de este modo podríamos recoger la contribución de los que durante siglos han estado excluidos de este caminar del pueblo de Dios. La inclusión de estos olvidados por la historia es un lugar teológico.
“El estudio sirve para hacerse preguntas” -termina el documento- Y yo que había apuntado algunas. ¿La magia de la sinodalidad no consiste exactamente en un método histórico que nos permita conseguir este “hacer teología” desde la historia? ¿No deberíamos huir de “abstracciones peligrosas y desencarnadas” con las que fosilizamos una imagen de la iglesia fuera de su contexto real? ¿No es precisamente acercándonos todos a este caminar conjunto como podemos esperar una mayor vitalidad eclesial? Siempre ando cuando reflexiono. Me quedé un rato observando a unos niños jugando cerca de sus padres. Envidié su confianza innata, su alegría biológica y su candidez esencial. Felicité a su madre por ellos, aunque quedó algo sorprendida. Lógicamente. Mi pérdida de vergüenza en estos meses es casi absoluta. Aunque todavía ando vestido mientras camino-reflexiono. Me hice una pregunta más, una de muy radical. ¿Y cómo no va a estar descoyuntado mi interior si esto que acabo de leer “modo grosso” es -si el sentido común no se me distrae- exactamente lo contrario de lo que la Iglesia me hizo jurar para poder enseñar en una facultad eclesiástica?
Juzguen ustedes mismos. Este es el texto del juramento antimodernista. “Yo…abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos. En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto. En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales, en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente. En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos. En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.
Consecuentemente: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades tenebrosas del “subconsciente”, moralmente informado bajo la presión del corazón y el impulso de la voluntad, sino que un verdadero asentamiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente por la enseñanza recibida ex catedra, asentamiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Maestro.
En fin, de manera general, profeso estar completamente indemne de este error de los modernistas, que pretenden no hay nada divino en la tradición sagrada, o lo que es mucho peor, que admiten lo que hay de divino en el sentido panteísta, de tal manera que no queda nada más que el hecho puro y simple de la historia, a saber: El hecho de que los hombres, por su trabajo, su habilidad, su talento continúa a través de las edades posteriores, la escuela inaugurada por Cristo y sus Apóstoles. Para concluir, sostengo con la mayor firmeza y sostendré hasta mi último suspiro, la fe de los Padres sobre el criterio cierto de la verdad que está, ha estado y estará siempre en el episcopado transmitido por la sucesión de los Apóstoles; no de tal manera que esto sea sostenido para que pueda parecer mejor adaptado al grado de cultura que conlleva la edad de cada uno, sino de tal manera que la verdad absoluta e inmutable, predicada desde los orígenes por los Apóstoles, no sea jamás ni creída ni entendida en otro. Todas estas cosas me comprometo a observarlas fiel, sincera e íntegramente, a guardarlas inviolablemente y a no apartarme jamás de ellas sea enseñando, sea de cualquier manera, por mis palabras y mis escritos.”
La plaza ya estaba vacía. Leí también el juramento que prestan los Papas cuando son elegidos. “Yo prometo No cambiar nada de la Tradición recibida, en nada de ella; tal como la he hallado guardada antes que yo, por mis predecesores gratos a Dios; no inmiscuirme, ni alterarla, ni permitirle innovación alguna. Juro, al contrario, con afecto ardiente, como su estudiante y sucesor fiel de verdad, salvaguardar reverentemente el bien transmitido, con toda mi fuerza y máximo esfuerzo. Juro expurgar todo lo que está en contradicción con el orden canónico, si apareciere tal, y guardar los Sagrados Cánones y Decretos de nuestros Papas como si fueran la ordenanza divina del Cielo, porque estoy consciente de Ti, cuyo lugar tomo por la Gracia de Dios, cuyo Vicariato poseo con Tu sostén, sujeto a severísima rendición de cuentas ante Tu Divino Tribunal, acerca de todo lo que confesare.” Juro a Dios Todopoderoso y Jesucristo Salvador que mantendré todo lo que ha sido revelado por Cristo y Sus Sucesores y todo lo que los primeros concilios y mis predecesores han definido y declarado. Mantendré, sin sacrificio de la misma, la disciplina y el rito de la Iglesia.
Pondré fuera de la Iglesia a quienquiera que osare ir contra este juramento, ya sea algún otro, o yo. Si yo emprendiere actuar en cosa alguna de sentido contrario, o permitiere que así se ejecutare, Tú no serás misericordioso conmigo en el terrible Día de la Justicia Divina. En consecuencia, sin exclusión, sometemos a severísima excomunión a quienquiera —ya sea Nos, u otro— que osare emprender novedad alguna en contradicción con la constituida Tradición evangélica y la pureza de la Fe Ortodoxa y Religión Cristiana, o procurare cambiar cosa alguna con esfuerzos opuestos, o conviniere con aquellos que emprendieren tal blasfema aventura.». Luego me marché a casa y pedí al Señor fuerza y acierto para escribir este libro. El título de este capítulo habla de “doble paradigma”. Solo he esbozado ligeramente el primero. Prometo en breve el segundo: el amor a la verdad.

El Magisterio de la Iglesia siempre ha enseñado que la verdad existe y puede conocerse. Basta releer la encíclica Fides et ratio para convencerse de que este “paradigma” no es un asunto más, sino que ocupa el centro de nuestras vidas. ¡Cristo es la verdad! Repetía San Juan Pablo II. En las palabras que Pilato pronunció señalando a Jesús coronado de espinas: “Ecce homo” (he aquí el hombre) que, en Cristo, Dios revela a todo hombre quien es “el hombre”. En Cristo se nos manifiesta claramente cual es nuestra auténtica dignidad. ¡Cuántas veces habíamos compartido las encíclicas papales con muchos de los nombres citados en el prólogo durante los recreos, “mientras analizábamos ideas sobre el sufrimiento, las mujeres, los ancianos y, siempre, siempre, Jesucristo”!
En estos días acuden también a mi memoria las “antiguas celebraciones navideñas familiares, cuando los padres y los abuelos aún vivían: un tiempo de felicidad confiada porque los mayores eran confiables y fuertes” -comenta un buen amigo- Esta confianza ha quedado hecha añicos. Cuando leo pronunciamientos vaticanos siento temor y tristeza. En el mejor de los casos, se pueden encontrar una o dos cosas que conservar, dejando que el resto se difumine afortunadamente.
El Magisterio de la Iglesia siempre ha enseñado que la verdad existe y puede conocerse. Basta releer la encíclica Fides et ratio para convencerse de que este “paradigma” no es un asunto más, sino que ocupa el centro de nuestras vidas. ¡Cristo es la verdad! Repetía San Juan Pablo II. En las palabras que Pilato pronunció señalando a Jesús coronado de espinas: “Ecce homo” (he aquí el hombre) que, en Cristo, Dios revela a todo hombre quien es “el hombre”. En Cristo se nos manifiesta claramente cual es nuestra auténtica dignidad. ¡Cuántas veces habíamos compartido las encíclicas papales con muchos de los nombres citados en el prólogo durante los recreos, “mientras analizábamos ideas sobre el sufrimiento, las mujeres, los ancianos y, siempre, siempre, Jesucristo”! En estos días acuden también a mi memoria las “antiguas celebraciones navideñas familiares, cuando los padres y los abuelos aún vivían: un tiempo de felicidad confiada porque los mayores eran confiables y fuertes” -comenta un buen amigo- Esta confianza ha quedado hecha añicos. Cuando leo pronunciamientos vaticanos siento temor y tristeza. En el mejor de los casos, se pueden encontrar una o dos cosas que conservar, dejando que el resto se difumine afortunadamente.
Desde la promulgación de FS me he visto obligado a defenderme de los mismos a quienes les confié mi cuidado espiritual. No estoy preparado para defenderme de los obispos y el Papa en el ámbito espiritual. No estoy destinado a temerles sino a confiar en ellos. Pero ya advertí que la crisis era inducida. Ellos mismos han creado la sospecha con la que ahora los observo. El cardenal Sarah advertía que los innumerables abusos y encubrimientos habían dejado al episcopado y a los sacerdotes absolutamente descentrados.
Santo Tomás lo expresa con una agradable expresión: el ser es “quasi horitzon et confín”, el ser es como un horizonte o confín de las cosas. Cuando éramos pequeños, en la playa o el río, ¿Quién de nosotros no hizo el “tiburón”? es decir, deslizarse hacia el otro nadando de tal modo que nuestra cabeza quedara medio sumergida en el agua, de tal modo que nuestros ojos visualizaban el horizonte del agua como partiendo en dos nuestro campo de visión: el que se encontraba sumergido en la profundidad del agua y el que emergía por encima de ella contemplando la luz y la cara asustada del vecino, que nos creía un tiburón o un caimán. ¡Qué tiempos aquellos! Pues eso, nuestra alma está sumergida en su propia corporalidad (sensibilidad y emociones) pero no completamente, porque una parte (scintilla Dei, chispa divina) emerge más arriba del horizonte, donde es capaz de vislumbrar la eternidad. Nuestra alma es “capax Dei” (“capaz de Dios” es una afirmación de San Agustín) precisamente porque nuestro entendimiento puede relativizar y superar el carácter sensitivo (e inicial) de nuestro entendimiento hasta que éste es capaz de superar el espacio y el tiempo en el que se encuentra.

Bien. De la trascendencia divina parece que la iglesia actual duda
un poco. Yo -por si acaso- me aseguro la humana, y estabilizo mi
alma medio gentil.
Durante estos meses sufrí en carne viva la distancia entre la obediencia al papa y lo que mi conciencia percibía como voluntad de Dios. Sabía que había distintas maneras de pecar contra la fe: la profesión de una religión falsa, la duda voluntaria, la incredulidad de fe y la ignorancia culpable de las doctrinas de la Iglesia católica. Recientemente volví a leer el artículo de Mons. Schneider titulado “El significado correcto de la obediencia al Papa”. No tiene desperdicio.
“La santa Iglesia es, en primer lugar y más profundamente, una institución divina, y es un misterio en su significado sobrenatural. En segundo lugar, tiene también la realidad humana y visible, los miembros visibles y la jerarquía (Papa, obispo, sacerdote). Cuando la Madre Iglesia atraviesa una de las crisis más profundas de su historia, como ocurre en nuestro tiempo, en el que la crisis afecta a todos los niveles de la vida de la Iglesia de forma espantosa, la Divina Providencia nos llama a amar a nuestra Madre Iglesia, que es humillada y burlada no en primer lugar por sus enemigos, sino desde dentro por sus pastores. Estamos llamados a ayudar a nuestra Madre Iglesia, cada uno en su lugar, a ayudarla para una verdadera renovación mediante nuestra propia fidelidad a la integridad inmutable de la fe católica, mediante nuestra fidelidad a la constante belleza y sacralidad de su liturgia, la liturgia de todos los tiempos, mediante nuestra intensa vida espiritual en unión con Cristo, y mediante actos de amor y caridad. El misterio de la Iglesia es más grande que el Papa o el obispo. A veces los papas y los obispos han hecho daño a la Iglesia, pero al mismo tiempo Dios se ha servido de otros instrumentos, a menudo simples fieles, simples sacerdotes o algunos obispos, para restaurar la santidad de la fe y de la vida en la Iglesia”.
“Ser fiel a la Iglesia no significa obedecer interiormente todas las palabras y actos de un Papa o de un obispo, ya que el Papa o un obispo no son idénticos a toda la Iglesia. Y si un Papa o un obispo apoya un camino que daña la integridad de la fe y de la liturgia, entonces uno no está de ninguna manera obligado a seguirlo interiormente, porque hay que seguir la Fe y las normas de la Iglesia de todos los tiempos, de los apóstoles y de los santos”.
“La Iglesia católica es la única Iglesia que Cristo fundó, y es voluntad expresa de Dios que todos los hombres sean miembros de su única Iglesia, miembros del Cuerpo Místico de Cristo. La Iglesia no es propiedad privada de un Papa, sino que éste es sólo el vicario, el servidor, de Cristo. Por lo tanto, no se puede hacer depender el convertirse en católico de pleno derecho del comportamiento de un Papa en particular. Seguramente hay que obedecer al Papa cuando propone infaliblemente la verdad de Cristo, cuando habla ex cathedra, lo cual es muy raro. Hay que obedecer al Papa cuando nos ordena obedecer las leyes y mandamientos de Dios, [y] cuando toma decisiones administrativas y jurisdiccionales (nombramientos, indulgencias, etc.). Pero si un Papa crea confusión y ambigüedad respecto a la integridad de la fe católica y de la sagrada liturgia, entonces no hay que obedecerle, y hay que obedecer a la Iglesia de todos los tiempos y a los Papas que, a lo largo de dos milenios, enseñaron constante y claramente todas las verdades católicas en el mismo sentido. Y estas verdades católicas las encontramos expresadas en el Catecismo. Hay que obedecer al Catecismo y a la liturgia de todos los tiempos, que los santos y nuestros antepasados siguieron”.

“Junto a otras reflexiones se presenta en las siguientes líneas un breve resumen de la magistral ponencia del Prof. Roberto de Mattei, «Obediencia y resistencia en la historia de la Iglesia», pronunciada en el Foro Vida Roma, el 18 de mayo de 2018. Es una falsa obediencia cuando una persona diviniza a los hombres que representan la autoridad en la Iglesia (Papa u obispo), cuando esta persona acepta órdenes y consiente afirmaciones de sus superiores, que evidentemente dañan y debilitan la claridad e integridad de la fe católica. La obediencia tiene un fundamento, una finalidad, unas condiciones y unos límites. Sólo Dios no tiene límites: Él es inmenso, infinito, eterno. Toda criatura es limitada, y ese límite define su esencia. Por lo tanto, no existe en la tierra ni la autoridad ilimitada, ni la obediencia ilimitada. La autoridad se define por sus límites, y la obediencia también se define por sus límites. La conciencia de estos límites conduce a la perfección en el ejercicio de la autoridad y a la perfección en el ejercicio de la obediencia. El límite insuperable de la autoridad es el respeto a la ley divina de la integridad y la claridad de la fe católica, y el respeto a esta ley divina de la integridad y la claridad de la fe católica es también el límite insuperable de la obediencia”.
“Santo Tomás plantea la pregunta: «¿Están los súbditos obligados a obedecer a sus superiores en todo?» (Summa theologica, II-IIae, q. 104, a. 5); su respuesta es negativa. Como explica, las razones por las que un súbdito no puede estar obligado a obedecer a su superior en todas las cosas son dos. En primer lugar: por un mandato de una autoridad superior, dado que la jerarquía de autoridades debe ser respetada. En segundo lugar: si un superior ordena a un súbdito hacer cosas ilícitas, por ejemplo, cuando los hijos no están obligados a obedecer a sus padres en materia de contraer matrimonio, preservar la virginidad o asuntos similares. Santo Tomás concluye: «El hombre está sometido a Dios absolutamente, y en todas las cosas, internas y externas: por tanto, está obligado a obedecer a Dios en todas las cosas. Sin embargo, los súbditos no están obligados a obedecer a sus superiores en todas las cosas, sino sólo en algunas. (…) De ahí que se puedan distinguir tres tipos de obediencia: la primera, que es suficiente para la salvación, obedece sólo en las cosas obligatorias; la segunda, que es perfecta, obedece en todas las cosas lícitas; la tercera, que es desordenada, obedece también en las cosas ilícitas» (Suma teológica, II-IIae, q. 104, a. 3)”.
“La obediencia no es ciega ni incondicional, sino que tiene límites. Cuando hay pecado, mortal o no, tenemos no sólo el derecho, sino el deber de desobedecer. Esto también se aplica en circunstancias en las que se ordena hacer algo perjudicial para la integridad de la fe católica o la sacralidad de la liturgia. La historia ha demostrado que un obispo, una conferencia episcopal, un Concilio, [y] hasta un Papa pronunciaron errores en su Magisterio no infalible. ¿Qué deben hacer los fieles en tales circunstancias? En sus diversas obras, Santo Tomás de Aquino enseña que, cuando la fe está en peligro, es lícito, incluso adecuado, resistir públicamente a una decisión papal, como hizo San Pablo a San Pedro, el primer Papa. En efecto, «San Pablo, que estaba sometido a San Pedro, le reprendió públicamente por el riesgo inminente de escándalo en una cuestión de fe». Y San Agustín comentaba: «También San Pedro dio ejemplo para que los que gobernaban, pero en ocasiones se desviaban del buen camino, no rechazaran como impropia una corrección. La resistencia de San Pablo se manifestó como una corrección pública de San Pedro, el primer Papa. Santo Tomás dedica una cuestión entera a la corrección fraterna en la Summa. La corrección fraterna también puede ser dirigida por los súbditos a sus superiores, y por los laicos contra los prelados. «Puesto que, sin embargo, un acto virtuoso necesita ser moderado por las debidas circunstancias, se deduce que cuando un súbdito corrige a su superior, debe hacerlo de manera adecuada, no con impudicia y dureza, sino con dulzura y respeto» (Summa theologica, II-II, q. 33, a. 4, ad 3). Si hay un peligro para la fe, los súbditos están obligados a reprender a sus prelados, incluido el Papa, incluso públicamente: «Por eso, debido al riesgo de escándalo en la fe, Pablo, que de hecho estaba sometido a Pedro, le reprendió públicamente» (ibidem)”.
“La persona y el cargo del Papa tienen su sentido en ser sólo el Vicario de Cristo, un instrumento y no un fin, y como tal, este sentido debe ser utilizado, si no queremos invertir la relación entre el medio y el fin. Es importante subrayar esto en un momento en que, sobre todo entre los católicos más devotos, hay mucha confusión al respecto. Además, la obediencia al Papa o al obispo es un instrumento, no un fin. El Romano Pontífice tiene autoridad plena e inmediata sobre todos los fieles, y no hay autoridad en la tierra que sea superior a él, pero no puede, ni con declaraciones erróneas ni ambiguas, cambiar y debilitar la integridad de la fe católica, la constitución divina de la Iglesia, ni la tradición constante de la sacralidad y el carácter sacrificial de la liturgia de la Santa Misa. Si esto sucede, existe la legítima posibilidad y el deber de los obispos, e incluso de los fieles laicos, no sólo de presentar apelaciones y propuestas privadas y públicas de correcciones doctrinales, sino también de actuar en «desobediencia» de una orden papal que cambie o debilite la integridad de la fe, la Constitución Divina de la Iglesia y la liturgia. Esta es una circunstancia muy rara, pero posible, que no viola, sino que confirma, la regla de la devoción y la obediencia al Papa que está llamado a confirmar la fe de sus hermanos. Tales oraciones, apelaciones, propuestas de correcciones doctrinales y una supuesta «desobediencia» son, por el contrario, una expresión de amor al Sumo Pontífice para ayudarle a convertirse de su peligroso comportamiento de descuidar su deber primordial de confirmar a toda la Iglesia sin ambigüedades y con vigor en la fe”.
“Hay que recordar también lo que enseñó el Concilio Vaticano I: «El Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que, por su revelación, dieran a conocer alguna doctrina nueva, sino para que, con su ayuda, custodiaran religiosamente y expusieran fielmente la revelación o depósito de la fe transmitida por los apóstoles» (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Pastor aeternus). Desde hace algunos siglos, en la vida de la Iglesia prevalece un positivismo jurídico, combinado con una especie de papolatría. Tal actitud pretende reducir los órdenes exteriores del superior y la ley a un mero instrumento en manos de quienes ostentan el poder, olvidando el fundamento metafísico y moral de la propia ley. Desde este punto de vista legalista, que ahora impregna la Iglesia, lo que la autoridad promulga es siempre justo”.
“Los tratados espirituales tradicionales nos enseñan a obedecer a la Iglesia y al Papa, o al obispo. Sin embargo, esos se refieren a los tiempos de la normalidad, cuando el Papa y los obispos defendían y protegían valientemente y sin ambigüedades la integridad de la fe y la liturgia. Ahora vivimos, obviamente, el tiempo excepcional de una crisis global de la fe en todos los niveles de la Iglesia. Un fiel católico tiene que reconocer la autoridad suprema del Papa, y su gobierno universal. Sin embargo, sabemos que, en el ejercicio de su autoridad, el Papa puede cometer abusos de autoridad en evidente detrimento de la fe católica y de la sacralidad de la liturgia de la Santa Misa, como desgraciadamente ha ocurrido en la historia. Queremos obedecer al Papa: a todos los Papas, incluido el actual, pero si en la enseñanza de algún Papa encontramos una contradicción evidente, nuestra regla de juicio sigue la tradición bimilenaria de la Iglesia, es decir, la enseñanza constante de los Papas a lo largo de milenios y siglos”.
“Según el padre Enrico Zoffoli, los peores males de la Iglesia no provienen de la malicia del mundo, de la injerencia o de la persecución de los laicos por parte de otras religiones, sino sobre todo de los elementos humanos que componen el Cuerpo Místico: los laicos y el clero. «Es la desarmonía producida por la insubordinación de los laicos a la obra del clero y del clero a la voluntad de Cristo» (Potere e obbedienza nella Chiesa, Milán 1996, p. 67): A la autoridad de un Papa o de un obispo que sobrepasa los límites de la ley divina de la integridad y de la claridad de la fe católica, hay que oponer una firme resistencia, que puede hacerse pública. Este es el heroísmo de nuestro tiempo, el camino más grave hacia la santidad hoy. Llegar a ser santos significa hacer la voluntad de Dios; hacer la voluntad de Dios significa obedecer su ley siempre, en particular, cuando esto es difícil o cuando esto nos pone en conflicto con los hombres, que, aunque como representantes legítimos de su autoridad en la tierra (Papa, obispo), están, por desgracia, difundiendo errores o debilitando la integridad y la claridad de la fe católica”.
“Tales momentos son muy raros en la historia de la Iglesia, pero han ocurrido, como es evidente a la vista de todos, también en nuestro tiempo. Muchos, en el curso de la historia, han manifestado un comportamiento heroico, resistiendo a las leyes injustas de la autoridad política. Mayor aún es el heroísmo de quienes han resistido a la imposición, por parte de la autoridad eclesiástica, de doctrinas que se apartan de la constante Tradición de la Fe y de la Liturgia de la Iglesia. La resistencia filial, devota y respetuosa, no conduce al alejamiento de la Iglesia, sino que multiplica el amor a la Iglesia, a Dios, a su Verdad, porque Dios es el fundamento de toda autoridad y de todo acto de obediencia”.
“Por el amor al ministerio papal, al honor de la Sede Apostólica y a la persona del Romano Pontífice algunos santos, por ejemplo Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena, no se privaron de amonestar a los Papas, a veces incluso en términos un tanto fuertes, como podemos ver a Santa Brígida reportando las siguientes palabras del Señor, dirigidas al Papa Gregorio XI: «Empieza a reformar la Iglesia que compré con mi propia sangre para que sea reformada y conducida espiritualmente a su prístino estado de santidad. Si no obedeces esta mi voluntad, puedes estar muy seguro de que vas a ser condenado por mí ante toda mi corte celestial con el mismo tipo de sentencia y justicia espiritual con la que se condena y castiga a un prelado mundano que va a ser despojado de su rango. Se le despoja públicamente de su vestimenta sagrada y pontificia, se le derrota y se le maldice. Esto es lo que haré contigo. Te enviaré lejos de la gloria del cielo. Sin embargo, Gregorio, hijo mío, te exhorto de nuevo a convertirte a mí con humildad. Atiende mi consejo» (Libro de las Revelaciones, 4). Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, dirigió la siguiente admonición contundente al papa Gregorio XI, exigiéndole que reformara enérgicamente la Iglesia o, si no lo hacía, que renunciara al papado: «Santísimo y dulce padre, vuestra pobre e indigna hija Catalina en Cristo dulce Jesús, se encomienda a vos en su preciosa sangre. La Verdad Divina exige que hagáis justicia sobre la abundancia de muchas iniquidades cometidas por los que se alimentan y pastorean en el jardín de la Santa Iglesia. Ya que Él os ha dado autoridad y vosotros la habéis asumido, debéis usar vuestra virtud y poder; y si no estáis dispuestos a usarla, sería mejor que renunciarais a lo que habéis asumido; más honor para Dios y salud para vuestra alma sería.»
“Cuando los que ejercen la autoridad en la Iglesia (Papa, obispos), como ocurre en nuestro tiempo, no cumplen fielmente su deber de mantener y defender la integridad y la claridad de la fe católica y de la liturgia, Dios llama a los subordinados, a menudo los pequeños y sencillos de la Iglesia, a compensar los defectos de los superiores, mediante llamamientos, propuestas de corrección y, lo que es más poderoso, mediante sacrificios y oraciones vicarias”. “Durante la profunda crisis de la Iglesia en el siglo XV, en la que el alto clero daba a menudo mal ejemplo y fallaba gravemente en sus deberes pastorales, el cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464) se sintió profundamente conmovido por un sueño en el que se le mostraba esa realidad espiritual del poder de la ofrenda de sí mismo, la oración y el sacrificio vicario. Vio en sueños la siguiente escena: Más de mil monjas estaban rezando en la pequeña iglesia. No estaban arrodilladas, sino de pie. Estaban con los brazos abiertos, las palmas hacia arriba en un gesto de ofrenda. En las manos de una monja delgada y joven, casi infantil, Nicolás vio al Papa. Se podía ver lo pesada que era esta carga para ella, pero su rostro irradiaba un brillo de alegría. Esta actitud deberíamos emularla”.
La primera vez que sentí con vehemencia la necesidad de esta resistencia espiritual a la que llamaba el obispo Mons. Schneider fue en una reunión que presidía el Cardenal Omella, que había convocado a todos los párrocos de Barcelona para informarnos de algunos decretos civiles que convenía tener en cuenta. Uno de ellos se refería a la necesidad legal de declarar los donativos. Nada que objetar. La segunda se refería al cumplimiento de presentar el certificado de “penales” conforme los sacerdotes estábamos libres de imputación alguna por delitos de pedofilia. Nada que objetar. Pero entonces se abrieron dos posibilidades. Una, la de aquellos párrocos que en sus parroquias “tenían trato habitual con menores”. Estos estaban claramente obligados a presentar el certificado. Lo mismo que ocurre con los maestros. El segundo grupo era la de aquellos párrocos en cuyas parroquias “no existía trato habitual con menores”. Yo estaba claramente en este epígrafe.

Era entonces párroco de la Basílica de la Mercè de Barcelona. Y allí veía muchos turistas, algunos feligreses y ningún niño que no fuera acompañado. Tampoco había ni catequesis ni grupos de formación dedicados a menores. Entonces el vicario judicial informó (y consta por escrito) que éstos últimos también deberían presentar tal certificado porque “los sacerdotes pertenecemos a un grupo en peligro de ser denunciados por tales delitos” ¡Se me cayó el alma a los pies! ¡Acababa de descubrir que -por el mero hecho de ser sacerdote- pertenecía a una especie de clan mafioso y pederasta! Aquel exceso de “celo” -que, yendo más allá del precepto civil, aparentemente nos protegía- no era más que un mero complejo, que, más tarde, se fue engrandeciendo más y más. Quede claro mi absoluta repulsa a cualquier delito de pederastia y a quien lo encubra. Pero, juntamente con el esfuerzo de los obispos y el Papa de rectificar cualquier conducta delictiva y castigarla ¿Nadie se daba cuenta de que el decreto de persecución de la pederastia únicamente se aplicaba a la Iglesia? ¿Nadie veía que esta era la típica fórmula para desprestigiarla? ¿Qué pensaríamos si los robos únicamente se persiguieran entre los gitanos, o las personas de raza negra? Nadie dijo nada. Ni entonces, ni ahora.
¿Qué significa si la lucha contra la pederastia se restringe a los delitos de los sacerdotes? Para mí estaba muy claro. Pero el silencio episcopal era ensordecedor. Mi más calurosa felicitación a Josep Miró i Ardèvol quien recientemente denuncia este fraude de ley en su libro “La pederastia en la Iglesia y la sociedad”. Como él mismo escribe: “Mi libro no pretende exculpar ninguno de los casos que se hayan producido dentro del ámbito eclesial, sino situarlos en el marco de una realidad más amplia para demostrar que el enfoque exclusivo hacia la Iglesia es una manipulación deliberada, cuyo objetivo es convertir a los católicos en chivo expiatorio”.
Al igual que quisiera felicitar el vídeo de May López-Bleda de Castro contra el montaje de Mónica Terribas “demoledor” contra el Opus Dei (el minuto heroico). (https://youtu.be/qWZj82zVwcQ?si=CSQeg5rFKMQIvT_E) Encima del expolio de Torreciudad, ya era hora de alguien defendiera a la Obra del fango que les echan encima. Lo mismo que los “niños robados” y tantas mentiras fáciles contra la Iglesia. La ideología woke ha hecho estragos en las familias, en las escuelas y en la Iglesia. Ha dejado mucho dolor y mucha cancelación injustificada. Algunas cosas van cambiando. Ya no va a ser fácil seguir viviendo en la propia zona de confort liberal y acomodaticia, mientras que a los cristianos “de derechas” y “conservadores” se nos comen con pepinos. Seguir la moda les puede salir caro a muchos meapilas. ¿Será 2025 el año de la derrota de la ideología de género y la vuelta al sentido común?
Como dice Claudia Peiró: “Quisieron imponer un lenguaje, renombraron las cosas, inventaron nuevos géneros, negaron la realidad y también la historia, intentaron reescribir los clásicos, cambiar la literatura y el cine… ¿Estamos asistiendo al final de todo ese delirio? Hasta los baños públicos fueron objeto de intervenciones de género…La verdad es que si algo define a la “revolución woke” de los últimos 20 años es la ruptura con la realidad. Hemos asistido a una serie de absurdos cuya dimensión y daño no terminamos de medir. En España acaba de concluir un juicio por un beso -¡un beso!- dado en un momento de euforia y festejo. Un gesto que, si ameritaba un castigo, no debió ir más allá de una sanción o un apercibimiento, fue objeto de un proceso penal. Si Kafka viviera…”
“Hemos llegado al punto de que a las mujeres no se nos puede nombrar. Rara conquista del feminismo. En Francia, una asociación de planificación familiar hacía campaña con un afiche que mostraba a un “hombre” embarazado…Se nos dijo que el sexo se asigna al nacer. Gente grande, formada, supuestamente madura y razonable, se ha hecho repetidora de ese sinsentido. El activismo trans -o quien quiera que sea el o los “filántropos” detrás de estas campañas- ha logrado difundir la idea de que varones y mujeres no se diferencian por su sexo sino por un concepto totalmente artificial llamado identidad de género”
“Se les ha explicado a los niños desde bien pequeños que, cuando nacen, son arbitrariamente clasificados como nene o nena, y entonces los padres -culpables designados- los educan como tales. Pero de grandes algunos se dan cuenta de que les pusieron una etiqueta equivocada y que tienen derecho a decir “en realidad soy una mujer” o “en realidad soy un varón” o, ¿por qué no? “no soy ni mujer ni varón”. “En algunos jardines de infantes se llegó a practicar el travestismo con los niños, no como juego de disfraces, sino para deconstruirlos: pintarles las uñas a los varones, ponerles pollera, etc. Para inculcarles que el sexo es fluido, que cambiarlo es un juego, y en el caso de los nenes, que nacieron privilegiados y culpables por ser varones”.
“Sin embargo, a través del wokismo y el feminismo de tercera ola se ha mostrado en estos años su esencia totalitaria, su afán de controlar hasta el pensamiento y de formatear la cabeza de las personas empezando desde la más tierna infancia. En estos años de auge de la ideología de género, la izquierda y el progresismo en general han censurado, cancelado, macarteado, excluido sin descanso a cualquiera que osara tan siquiera cuestionar sus dogmas”. “El wokismo consiste en que gente que no ha sido víctima de nada se victimice por padecimientos pretéritos para señalar en el presente a presuntos victimarios que solo lo son por portación de apellido, nacionalidad o color de piel”. “Las feministas denunciaron el beso "no consentido" del Príncipe a Blancanieves. Cualquiera que consuma cine y series en plataformas, sabrá que en muchos de ellos la cuota lgbt+ es obligada, sin importar la trama. El cine debe ser edificante, según la nueva moral obligatoria. Pero bueno, soplan vientos de cambio. Toda acción tiene su reacción. Y cuando hay excesos como los que vivimos estos años, el resultado es el hartazgo. Se escandaliza ahora la izquierda por el avance de la ultraderecha sin ver hasta qué punto ella misma lo causó”.
“La diversidad se volvió obligatoria, pero en su nombre se prohibió la diversidad de pensamiento” El “Imperio del Bien” -maravillosa expresión acuñada por un visionario, el novelista y ensayista francés Philippe Muray, fallecido en 2006- es la mejor definición para el totalitarismo woke que consiste en la imposición de una idea maniquea del presente y del pasado por la cual se divide a la sociedad en víctimas y victimarios no en función de lo que cada uno haya hecho sino por criterios de género, raza o pensamiento”. “Si hoy todos se animan a decir abiertamente estas cosas es porque el clima ha cambiado. Pero no fue fácil enfrentar a la ideología de género en sus años de auge. Como escribió Olivier Amiel en Causeur, “la victoria de Trump es sobre todo la derrota, el fracaso del wokismo, ese revoltijo de falsa ciencia, moral adulterada, odio a sí mismo y desprecio a lo verdadero”.
“Va siendo hora de que nuestros políticos locales -que se declararon todos feministas por interés- tomen nota de esto…Toda crítica a su discurso buenista fue asimilado al odio y a la discriminación. Todo cuestionamiento, a una amenaza a la democracia. Así vivimos estos años. En las universidades, este pensamiento único, que elude el debate porque no tolera ser sacudido en su autocomplacencia y su confort intelectual, hizo verdaderos estragos”. “La batalla no está ganada, pero al menos ahora podemos hablar de estos temas abiertamente. Es un gran paso…Hay que hacer del 2025 el año del retorno al sentido común” … “Las verdades de perogrullo son ciertas, aférrate a eso. El mundo material existe, sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua es húmeda y los objetos que se sueltan caen hacia el centro de la tierra”. A mí me hubiera gustado ver al Papa y a los obispos “actuando” en contra de estos delirios, en vez de aplaudirlos. Pero no ha sido así. ¡Bendito sea Dios! Por lo menos ahora que llegan voces de cambio y retorno al sentido común, nuestra sinodalidad (es decir, nuestro modo de actuar) sea consecuente con ello.
El mapa está cambiando, aunque la brújula nunca dejó de apuntar al Señor Jesús. Él es el Señor de la historia. Alfa y Omega. En nuestra reverente adoración a su voluntad reside el poder de su gracia en nosotros. En la apertura al Trascendente, todo lo del mundo se vuelve pequeño porque Él es el más grande y el Primero. Sin verdad, nada es verdad, y la estrategia humana se vuelve inútil y estéril. La verdadera renovación de la Iglesia no está delante de nosotros sino sobre nosotros. Reconociendo la acción de Dios en nosotros, su gracia dará sus frutos más espectaculares: las vocaciones de la entrega radical y celibataria de sus sacerdotes, la virginidad de los religiosos y religiosas, la llamada al silencio del monasterio y a la renuncia del mundo, el celo misionero y la generosidad de los esposos, el deseo de la vida eterna y el martirio, como testimonio último de que únicamente Jesús es el Señor.

Cuando llegué aquí estaba cansado, muy cansado. El dolor de alma cansa, agota hasta que descansas en el Señor. Esto fue lo que ocurrió. Un sacerdote anciano con el que concelebré escuchó pacientemente todo lo que me ocurría y únicamente me repetía: “¡Jesús sabe! ¡Jesús sabe!” Desde hace unos días celebro la Eucaristía en su lugar. Cuando llego a la sacristía, la religiosa que cuida de la sacristía, deja siempre unas palabras de la Escritura encima del alba. A mí me trocaron aquellas de “Confía en El Señor, ten ánimo, confía en el Señor”. Para mí significan pequeñas señales en el camino. Son tiempos densos pero privilegiados de gracia, porque Jesús no abandona a su Iglesia. He pensado que pronto iba a terminar con el libro, pero no va a ser así. Me alargaré todo lo que el Señor quiera. Porque estoy en sus manos. Es indudable que la situación de la Iglesia es terriblemente difícil. Tampoco puede negarse que entre los sacerdotes y los obispos hay una creciente inquietud por saber si el próximo Papa seguirá el rumbo progresista que hemos sufrido hasta ahora.
Ahora la distancia juega a mi favor. No me refiero únicamente a la distancia física -que también cuenta- sino a la distancia espiritual que -como les dije- constituye el núcleo de mi capacidad en distanciarme de los hechos que me rodean. ¡Alguna ventaja tiene ser teórico y me aprovecharé de ella! Una persona que lee mis escritos me ha preguntado si los voy a “editar”. Le prometí que respondería por este canal. Sí. Lo voy a hacer recogiéndolos todos en formato PDF. Y lo anunciaré por Facebook. Pero todavía no. Primero, por respeto al estado de salud del Papa y porque ahora prefiero orar por él que escribir sobre él. Segundo, porque todo lo que pueda pensar sobre su pontificado ya lo he dicho, con el respeto más grande del que soy capaz. Lo que ahora me queda por expresar ya no es nuclear desde el punto de vista de lo que me produjo dolor. A partir de ahora únicamente expresaré lo que me hace gozar de la Iglesia y cómo pienso servirla mejor. He pensado en una próxima entrega sobre “la necesidad de la gracia” y también “una carta a los sacerdotes que tengan brújula” ¿Cuándo? Pues respondo: “¡Jesús sabe!”
En la última entrevista con el Cardenal me aconsejó que “fuera pensando” en “la posibilidad” de entrar en la Residencia sacerdotal. De hecho, hace tan solo una semana lo comenté con Mn. Salvador Bacardí, delegado del clero de la diócesis de Barcelona. Compartí el agradecimiento por este tiempo de reflexión que la Facultad de Filosofía tiene conmigo y él lo vio con muy buenos ojos. Incluso le pareció que “todavía no era el momento”. Yo -mientras discierno el momento oportuno- estaré muy pendiente del camino que tome la Iglesia en sus próximos pasos. Y creo que muchos sacerdotes harán lo mismo. La verdad es que sería una lástima que nuestras brújulas no señalaran el mismo objetivo. ¡No lo quiero ni pensar! Pero -por si acaso- me reservo la decisión, por la misma razón por la que escribo: porque soy tan libre como un gentil medio convertido.
El domingo me acerqué a la plaza mayor. La verdad es que disfruté mucho. Veía a niños y padres vestidos con trajes de payasos, de soldados, de orugas, de ositos. Unos iban en grupo vestidos todos de cocineros con gorro y todo, de toreros, de bueyes, de pollos y pollitos amarillos muy curiosos. Una explosión de colorido y feliz alegría. Casi no había de travestidos, porque ya no es moda. Estuve un rato feliz admirando la exquisitez del trabajo de algunos trajes. Supongo que detrás de aquella fiesta había mucho esfuerzo compartido y horas de trabajo. Mañana empieza la Cuaresma con la llamada de Jesús a la conversión, que también trae su trabajo y dedicación.
Es la hora de recordar a Jesús en su lucha contra el demonio, y su abstinencia total de alimento en el desierto. ¡Poca broma! Un buen cristiano no debe únicamente admirar la dureza del Ramadán, sino vivir el ayuno con el mismo esfuerzo y dedicación que Jesús. ¡Claro que sí! Todos deberíamos apuntarnos a alguna de las terapias que Jesús enseñaba y compartía con sus discípulos. La terapia de la conversión del odio, a través del perdón; la terapia de conversión de la crítica o del orgullo; la terapia de conversión de la ira, la lujuria o la desesperación. Así cuando llegue la noche pascual, todos podremos participar de la Pascua, que resulta ser el cambio más espectacular que obra la gracia en nosotros: pasar de la tiniebla a la luz, convertirnos en nuevos hombres, curarnos del pecado “del todo y para siempre”. También es cierto que si no lo conseguimos de una sola vez, la terapia litúrgica de cada año nos ira convirtiendo -cada vez más perfectamente- en el mismo Cristo Resucitado. ¡Una pasada!
Bendigamos de corazón esta llamada de la Iglesia y no despreciemos ninguna de las terapias de conversión que nos propone: la contemplación de la Pasión, la recepción del sacramento del perdón, los oficios de pasión bien vividos. Demos gracias también en estos días de gracia de todos los hermanos nuestros que viven con esperanza la salida del mundo del alcohol o las drogas, gracias a las terapias de conversión que -como la de los alcohólicos anónimos- hacen público su compromiso de cambio de vida. También aquellas personas que son curadas de la lacra de la prostitución; los niños socorridos del bulling de sus amigos y su aprendizaje en la autoestima; las muchachas que son objeto de atención y terapia de enfermedades mentales duras de vivir como la anorexia u otras limitaciones personales. ¡Todos necesitamos convertirnos!
San Juan Bautista fue tan valiente que hasta llamó a conversión al rey, porque era un adúltero y fornicador. Pero él nunca dejó de llamar a todos, todos a la conversión. Lo hacía con su palabra y el gesto del agua, que limpia y cura y sanea nuestro corazón. Que suerte y que belleza contemplar como el pueblo de Dios -en estos días cuaresmales- se acerca a algún proceso de conversión que le ayude a ser mejor en sus acciones, en sus negocios, en su sexualidad -sea cual sea su tendencia-, en sus pecados personales por grandes que sean. Siempre encontrará el perdón de Jesús un hombre arrepentido de sus pecados. Jesús siempre curará y sanará su corazón herido, si está arrepentido y cree en el poder de la gracia. ¡En Cuaresma pon una terapia de conversión en tu vida y serás mejor! PD. Ya está en PDF los anteriores capítulos del libro “¿Por qué me dolió el Papa Francisco” Podéis recibirlo por mail, si -en privado- lo solicitáis.

Leo con atención: “El próximo Papa no lo tendrá fácil. Nada fácil. Recibirá una Iglesia devastada por un pontificado de arbitrariedades, componendas y gestos huecos (…) “Restaurar el derecho: (…) La Iglesia se ha sostenido sobre el derecho canónico, sobre normas claras que aseguraban estabilidad y justicia”. Pero, parece que ahora “la voluntad del monarca vale más que la ley” “Sin derecho, la Iglesia se convierte en un circo de abusos y miedo (…) “Restaurar la fe: volver a hablar de Cristo. ¿En qué cree la Iglesia hoy? Si uno se fía de los discursos oficiales, en la ecología, la inmigración, el cambio climático y la fraternidad universal. Cristo aparece de refilón, como una excusa lejana para hablar de otra cosa”
“El próximo Papa tendrá que hacer lo que se espera de un Papa: predicar a Cristo, recordar la necesidad de la Cruz, hablar del Cielo y del Infierno sin miedo a ofender sensibilidades progres (…) “Restaurar la antropología: Dios creó al hombre y a la mujer, no a 58 géneros” “El Papa ha llegado a decir que ‘la diversidad es un regalo’ cuando se le pregunta por cuestiones de género. Un mensaje confuso, ambiguo, peligroso. Porque si la Iglesia no defiende la verdad sobre el ser humano, nadie lo hará” “La moral católica ha sido licuada hasta el absurdo. Se permite la comunión a los divorciados en adulterio, se mira para otro lado con el pecado, se banaliza la sexualidad, se huye del lenguaje claro” “Esto tiene que acabar. La Iglesia no está para adaptarse a las modas del mundo, sino para predicar la Verdad, guste o no. El próximo Papa tendrá que recuperar la enseñanza clara y firme sobre la moral católica, sin vergüenzas ni concesiones al sentimentalismo barato”
Hace un domingo excelente, después de lluvias torrenciales. Salgo a la plaza del pueblo y básicamente estoy de acuerdo con lo que he transcrito. En medio de la plaza observo un enorme cartel anunciando un año más “El día de la mujer”. Sigo paseando hasta una parroquia. Es el primer domingo de cuaresma. Entro en ella t descubro que también ellos van a incorporar en la oración “los derechos de las mujeres”. Y vuelvo a la plaza. Allí por lo menos hay sol y música. Y dado que el mensaje es el mismo, supongo que da igual estar fuera o adentro del templo. Algunos optan por un “pontificado de restauración. Yo no lo veo tan claro y durante este tiempo cuaresmal no acierto a vivir de una esperanza escatológica, sino únicamente de espera. Espera atenta, eso sí.
“Restaurar lo que se ha destruido en una década de confusión. No servirá con discursos ambiguos o con pequeñas correcciones. Hará falta una reforma total, un golpe de timón sin complejos”. En cambio, mi obispo afirma que “hay sectores que quieren «ver morir al Papa para ver morir la implantación del Sínodo»” Evidentemente, yo no pertenezco a este sector. Debe ser leyenda urbana -o no- pero estando en Roma por estudios, me contaron de la existencia de un padre jesuita “tan izquierdoso” que hasta los jesuitas de entonces tuvieron que esconderlo en un colegio de París. Corría el año 1968. Él solo leía a Sartre y Camus. De breviario, nada. Pero, por lo menos, allí estaba bien recogido. Llegó la primavera, y con ella, los altercados callejeros del mayo del 68. Salió un buen número de estudiantes que se acercó peligrosamente al colegio. ¡Buscaban justicia y derrocar por fin cualquier patrón, amo o Señor, sea civil, eclesiástico o militar! Los padres mayores estaban asustados creyendo cerca la hora del martirio. Y entonces aquel jesuita “rojo” les salvó la visa. Salió al encuentro de los estudiantes que se sorprendieron de que aquel hombre barbudo y mal vestido conociera tan al dedillo las etapas de la revolución. Los estudiantes se fueron calmando, los padres respiraron profundamente al ver que aquellos energúmenos se alejaban de su puerta. El último en despedirse se abrazó al jesuita rojo y le preguntó: “Bueno ¿y tú que haces aquí?” señalando al colegio que le acogía. Él respondió: “¡Je suis à l'écoute !” (« estoy a la escucha ») poniendo su mano abierta detrás de su oreja.
En mis primeros años de ministerio fui el párroco más joven de Europa. Me encomendaron dos parroquias en el territorio cacereño de las Villuercas. En tres años no vi nunca al obispo. Únicamente me encontraba mensualmente con un compañero sacerdote que estaba a 42 Kilómetros por carretera de montaña. Quedábamos en un pequeño valle de “entresierras”. Nos confesábamos mutuamente y releíamos juntos nuestro peculiar examen de conciencia, que era el numero 528
§ 1. “El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su integridad a quienes viven en la parroquia; cuide por tanto de que los fieles laicos sean adoctrinados en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilía, que ha de hacerse los domingos y fiestas de precepto, y la formación catequética; ha de fomentar las iniciativas con las que se promueva el espíritu evangélico, también por lo que se refiere a la justicia social; debe procurar de manera particular la formación católica de los niños y de los jóvenes y esforzarse con todos los medios posibles, también con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe. § 2. Esfuércese el párroco para que la santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles; trabaje para que los fieles se alimenten con la celebración piadosa de los sacramentos, de modo peculiar con la recepción frecuente de la santísima Eucaristía y de la penitencia; procure moverles a la oración, también en el seno de las familias, y a la participación consciente y activa en la sagrada liturgia, que, bajo la autoridad del Obispo diocesano, debe moderar el párroco en su parroquia, con la obligación de vigilar para que no se introduzcan abusos. 529 § 1. Para cumplir diligentemente su función pastoral, procure el párroco conocer a los fieles que se le encomiendan; para ello, visitará las familias, participando de modo particular en las preocupaciones, angustias y dolor de los fieles por el fallecimiento de seres queridos, consolándoles en el Señor y corrigiéndoles prudentemente si se apartan de la buena conducta; ha de ayudar con pródiga caridad a los enfermos, especialmente a los moribundos, fortaleciéndoles solícitamente con la administración de los sacramentos y encomendando su alma a Dios; debe dedicarse con particular diligencia a los pobres, a los afligidos, a quienes se encuentran solos, a los emigrantes o que sufren especiales dificultades; y ha de poner también los medios para que los cónyuges y padres sean ayudados en el cumplimiento de sus propios deberes y se fomente la vida cristiana en el seno de las familias. § 2. Reconozca y promueva el párroco la función propia que compete a los fieles laicos en la misión de la Iglesia, fomentando sus asociaciones para fines religiosos. Coopere con el Obispo propio y con el presbiterio diocesano, esforzándose también para que los fieles vivan la comunión parroquial y se sientan a la vez miembros de la diócesis y de la Iglesia universal, y tomen parte en las iniciativas que miren a fomentar esa comunión y la consoliden.
Este ha sido el único plan pastoral que he tenido en mi ministerio. Y me ha bastado con creces. Luego me aburrí hasta la saciedad con el concilio provincial tarraconense, además de acumular sus documentos durante años en un cuarto de la Facultad, porque no le interesa a nadie. También fotocopié de Internet un par de “planes pastorales” para algún obispo. Si hojean verán que tienen donde elegir. Y finalmente, un poco más y este sínodo consigue darme la vuelta como un calcetín. No creo que sea necesario “restaurarme” porque mi plan pastoral constaba en el CIC y lo he complido. Me uno al deseo de que el próximo pontificado pueda “restaurar” la situación en la que se encuentra la Iglesia, pero -por ahora-: “JE SUIS À L'ÉCOUTE”
El modernista niega la gracia de Dios. Su historicismo consigue que su vida se llene de mapas y medios, pero su brújula no marca bien la dirección. Es como un tiburón que no ascendiera nunca a la superficie por encima de su horizonte o un salmón que no saltara fuera del agua de vez en cuando. Siempre anda (o navega) debajo del agua. Su techo es su espacio- tiempo y la ocasión del momento. La gracia de Dios nos marca por el bautismo o la ordenación sacerdotal. Marca nuestra alma y coloca en ella una brújula imantada que quiere volver hacia Dios. El cristiano no camina hacia adelante a través de la historia y hacia su culminación, sino que camina hacia arriba de donde procede la gracia que imanta su brújula. Ambas direcciones pueden ser coincidentes, pero no tienen el mismo origen. Lo que ocurre debajo del horizonte temporal, procede del mundo. Lo que le ocurre al alma cuando es imantada por Dios, procede de El y no del mundo.
El monacato siempre fue para la Iglesia una llamada de atención escatológica, porque los monjes -negando al mundo- vivir ya en Dios. Muertos al mundo, únicamente la gracia actúa en ellos. No es que el monje no hable porque esté en silencio, sino que está en silencio para no hablar. Los fariseos y los sacerdotes de la ley antigua podían soportar que Jesús fuera un maestro, incluso bueno, pero no que fuera Hijo de Dios. La Pascua cristiana no empezó cuando unos cuantos discípulos continuaron las enseñanzas de Jesús, como si fuera un gurú, sino cuando constataron que Cristo vencía la muerte. Así lo acreditó el Padre. Eso no lo hace un gurú, sino Dios. El modernista naturaliza la obra sobrenatural de Dios hasta anularla.
Las plagas no fueron un milagro sino una argucia de la naturaleza; los milagros de Jesús eran curaciones terapéuticas; el demonio no es más que la personificación del mal -dice el modernista- La oración es una terapia; la Iglesia es una asociación benéfica que predica un mensaje bonito; el memorial del sacrificio de Jesús en cada Eucaristía es un encuentro fraternal de unos nostálgicos. Por supuesto que, si una joven inteligente y guapa consagra su juventud a Cristo porque lo ama, ha sido como consecuencia de una imposición familiar o por influencia sectaria de alguna comunidad rigorista. Pero si su hermana se compromete con un novio que no tiene fe, es un mal menor “porque lo importante en esta vida es ser feliz”. Que Dios llame a un joven para “dejarlo todo” y seguirle es un signo de falta de madurez. El celibato es antinatural -piensa el modernista-, no sobrenatural, como afirma la Iglesia. Un sacerdote católico absuelve “pecados” con el poder de Jesús. No es un coaching que te ayuda a soportar la culpa. No invoca la madre naturaleza cuando expiras, sino que -por el sacramento de la unción- te acompaña hasta la vida eterna. No es curandero, ni una dama de caridad, ni un agitador político, ni un burócrata. Es la acción de Cristo en tu vida (si tienes la suerte de reconocerlo).

Todo debe ser reducido a un nivel inferior. La teología a antropología, la oración a consenso, la Iglesia a asociación de voluntarios. El martirio es una exageración, somo lo es el sacrificio. Obedece a una mentalidad “poco natural” o extravagante, porque no puede ser que Dios intervenga en el mundo a través de su acción (milagros) o través de su llamada (vocación) o de su providencia. Esto revienta la seguridad del cristiano modernista. Él está dispuesto a aceptar que Dios sea lo más grande que uno puede aceptar, siempre que su razón pueda ponerle límites y gestionarlo con “normalidad”. En cambio, si el Evangelio le presenta un Dios excesivo como el nuestro, más grande de todo lo que uno pueda pensar, entonces la brújula la tiene Dios y no nosotros. Los romanos no tuvieron inconveniente en aceptar al Dios cristiano entre sus dioses. Cristo hubiera entrado con facilidad en el Panteón romano. El problema es que los cristianos (de entonces) afirmaban que Jesús era el Hijo del Único Dios que existe. Y esto era demasiado “exagerado”. Porque lo sobrenatural excede la naturaleza. Y Ahí reside su fuerza.
La Iglesia habla demasiado de sí misma. Se llena la boca de campañas, acciones, carismas, performances, signos, líos, dinámicas, carismas etc… Un buen cristiano puede preguntarse si no ha olvidado que confiesa a Jesús como su único Señor. El modernismo únicamente se cura cuando dejamos que la gracia actúe en nosotros. Debemos amar y desear hacer la voluntad de Dios, ni más, ni menos, ni otra cosa. Seguir a Jesús, y dejarnos imantar por Él en la Eucaristía, en los sacramentos, en la oración. Y buscar en la Iglesia los medios que nos permitan abandonar el mundo, porque el mundo ya está vencido.
Leyendo a un buen amigo creo que “el Pueblo de Dios ha cargado con muchas cosas en las últimas décadas: crisis doctrinales, abusos de poder, escándalos financieros, persecuciones mediáticas. No puede cargar también con la hipoteca de un cónclave decidido por quienes no creen en lo que están eligiendo (…) Es “un peso que el Pueblo de Dios no debe soportar”. Estoy totalmente de acuerdo. La fe modernista es un cáncer que entra por la piel. Me explicaré. Al no ser una afirmación teórica, se suele comunicar por el ambiente, por ósmosis de comportamiento, por arrastre.
Supongamos una familia cristiana de hace cuarenta años. Todos juntos iban a misa del gallo, a medianoche. El pesebre era el centro de atención en las casas. Se oraba por los difuntos antes de bendecir la mesa y se terminaba el encuentro cantando villancicos hasta muy entrada la tarde. Ahora lo vemos como una costumbre “natural” de la época. Pero no es cierto. Era algo sobrenatural que nacía de la gracia de Dios. Un modo familiar de expresar el amor de Dios por el nacimiento del Mesías. Cuando estos hijos se fueron haciendo mayores “recordaban” aquellas fechas pensando que era un hecho natural, “normal” que se mantiene solo en caso de perder la fe, que no era más que la guinda del helado. Pero no fue así. La gracia no era una “guinda” accidental al helado sino su fundamento. Quitada la gracia, el edificio se cayó como se derrumba todo lo que no sostiene Cristo como piedra angular. Aquella comunión de hermanos, hijos, padres y abuelos no procedía de la “carne y la sangre” sino de la fuerza de la gracia a través del sacramento del matrimonio.
Cuando estos hijos se convirtieron en abuelos ya aceptaron como “normal” otras costumbres del mundo. Sufrieron que sus nietos convivieran fuera del matrimonio, que abandonaran la práctica sacramental o que alguno de ellos viviera en situación irregular porque “tenía derecho a rehacer su vida” con una unión que Dios no bendice. Y entonces el “pesebre” de antaño empezó a ser recordado con nostalgia, pero sin poderse rehacer con figuritas de pastores sin alma, con villancicos a estilo reggaetón, con luces de estrellitas o mesas llenas de marisco.
“La falta de fe en quien debe confirmar a sus hermanos en la fe es un cáncer que mata la generosidad y la vitalidad apostólica”. He pensado mucho en esto estos días. Yo no soy un funcionario que repite un mensaje para cobrar a fin de mes. Como un loro. Ni un obispo tiene autoridad sobre mi conciencia después de años “de ambigüedad, de medias verdades y de silencios cómplices”. Obedecer en este caso sería parecido al pacto de colaboración por encima del bien y del mal. Por esta razón, la iglesia se convertiría en un grupo sectario con obediencia mafiosa. Por eso de las herejías nacen los cismas.
No creo que a los cardenales les falte fe. Quiero pensar que no. Pero a base de años y años de “statu quo” “componendas” y “pactos” únicamente esforzándose en “salir hacia delante” contra corriente, sin importar si caminamos “hacia arriba” terminan sin brújula propia y entregados ciegamente a la búsqueda de “pactos posibles” igual que los políticos que aúpan a cualquier candidato. La realidad sobre si tal o cual candidato profesa en “plenitud la fe católica” pasa a ser una cuestión menor. Hemos normalizado el pecado, abandonando la gracia. Nos hemos acercado tanto al mundo que vemos natural lo que ofende a Dios. Y “de buen rollo” abandonamos la fe. Mantenerse « à l’écoute » no significa ser indiferente a lo que pueda ocurrir, sino calibrar si en conciencia podré o no obedecer a quien lleve una brújula que no señale a Cristo. Una vez puede darse la vuelta al calcetín. Dos no. Puede pagarse un alto precio. Creo que si muchos cardenales supieran que hay sacerdotes que pensamos de este modo “afinarán” mejor su voto.
Después de un par de días de lluvia vuelve el sol. ¡Bendito sea Dios! Hace unos días -para los que no me conocen- les conté que mi alma es medio gentil. Después de recibir la llamada al sacerdocio sigo manteniendo esta distancia interior que me caracteriza. No es que no crea, es que cuando pienso “como si no creyera” me encojo de temor. ¿Qué sería sin el Señor? Sólo pensarlo me asusta. No es temor de Él, es temor de perderle, que es muy distinto. Esta mirada distante nace del respeto sagrado por lo que soy. De joven leí un libro titulado “La pasión de la Iglesia” de un santo sacerdote llamado Pacios. Me influyó poderosamente. Dios es “fascinans” (fascinante) y “tremens” (tremendo). Conforme pasan los años se va acentuando lo segundo sobre lo primero. Todo lo que me atrae de la bondad de Dios viene tamizado de respeto sagrado. Dios es el Primero. Es el más grande. No solo es lo más grande que pueda pensar, sino que es mayor de todo lo que pueda pensar.
Con el paso del tiempo, el mundo (y el demonio) intenta demoler el temor de Dios, que es el principio de la santidad. Sin respeto a la trascendencia divina, triunfa todo lo mundano y lo que es fruto de la moda. Deberíamos recuperar el respeto con el que los abuelos se acercan al crucifijo, o con el que una novia enamorada se acerca al altar. En nuestra alma anida todavía un hálito divino que la vuelve “terreno sagrado”. Una noche de acampada lucía una luna llena que nos embelesaba a todos. El silencio interrumpido por el sonido de los grillos hacía más solemne su esplendor. Se revolvió en su saco un vecino que dejó de roncar. Abrió de par en par la puerta de su tienda, con la que se trastabilló un poco, y puesto en jarras, se giró hacia la tienda de campaña y grito con voz ronca: “¡María, ven a ver el “peazo luna” que hay!”. Su resoplido destrozó el encanto y el embeleso del momento. “Hay manjares que no están hechos para la boca del burro”, -pensé entonces-.
¡La Iglesia es uno de estos misterios estremecedores! Henry de Lubac escribió una gran obra titulada “Meditación sobre la Iglesia” El autor es más que un profesor; es un teólogo y un iniciador en el misterio de la Iglesia. Quiere crear sentido de Iglesia, ayudar a que el cristiano sea “anima in Ecclesia”, alumbrar la Iglesia en el corazón de los hombres. El libro no es un tratado sino una “meditación” [...] La inteligencia de la fe prepara, acompaña y fecunda la meditación del cristiano sobre la Iglesia, que es primordialmente el misterio de la Trinidad santa de Dios desplegado en el tiempo. Hay momentos en que la meditación se hace plegaria y se expresa líricamente, y en que la contemplación del misterio de la Iglesia se desborda en admiración. Este libro también me ayudó mucho en mis años de sacerdocio, cuando empecé a constatar las “arrugas” del pecado en la Iglesia.
Un día invité a un sacerdote muy bien preparado para que diera una conferencia sobre el sacramento de la penitencia. Mi intención -secundando lo que el obispo pedía- era evitar las absoluciones colectivas que en aquella comunidad se habían acostumbrado a celebrar. Lo hizo técnicamente muy bien. Al salir le felicité y le entregué un donativo. Me respondió con una sonrisa. “¡Te lo agradezco mucho, pero hubiera defendido todo lo que contrario, si me hubieses pagado el doble!” Se me cayó el alma a los pies. Acababa de constatar que aquel sacerdote “no creía” un ápice de lo que había explicado. Años más tarde, en una sacristía, vi con horror como un sacerdote mezclaba las formas sin consagrar con las pocas -ya consagradas- que quedaban en el copón. Me acerqué hasta él pensando que le había pasado inadvertida aquella acción y me respondió que “no pasa nada. La gente no se entera”. Dolorosamente constaté que tampoco aquel creía realmente en el sacramento de la Eucaristía. Estas -y muchas otras experiencias parecidas- estaban endureciendo mi alma. Eran experiencias dolorosas y tristes que de ningún modo quería que afectaran a mi fe en la Iglesia. ¡Pero lo hacían! Hoy lo percibo claramente. El escándalo es algo muy grave. Jesús reserva sus palabras más duras ante este pecado. Ensuciar el rostro de la Iglesia es como escupir a tu novia; hacer que los demás crean lo que a ti no te conmueve te convierte en un payaso, un sofista, un mentiroso. Ser idealista no es ser imbécil, sino sentir el temor de Dios. ¡Maldito quien escandalizare a uno de estos pequeños! -decía Jesús- Sí. ¡Malditos sean!
La fe en la Iglesia es fundamental en cualquier situación histórica, en cualquier área cultural, en cualquier configuración que adopte la comunidad eclesial. Lo que escribí en el capítulo anterior respecto de la fe con la que “inocentemente” espero que voten los cardenales en el próximo conclave, iba muy en serio. Deben “distanciarse” mentalmente de lo que creen ser, para mirarse a sí mismos como lo que realmente son: ¡consagrados al Señor para hacer que todos “creamos” con fe firme en la Iglesia, la esposa de Jesucristo!
También yo debo convertir mi media alma gentil y “creer” en lo que soy. Cuando pronuncio las palabras de la consagración y digo. “Esto es mi cuerpo”, vienen a mis manos el cuerpo y Sangre del Señor. ¿Cómo no estar “des-centrado” cuando sigo “yo”, es el Señor quien viene? Este “des-centramiento” deberían también sentirlo todos los cristianos. ¿Cómo pensar que eres una “mujer empoderada” si tu alma -si es bautizada- le pertenece al Señor y no a ti? ¿Cómo no reconocer que nosotros no somos más que el “templo” en el que Dios habita? ¡Basta de discursos estúpidos! Jesús es el centro, no nuestra comunidad. Jesús es el Salvador, no nuestra razón. Únicamente Jesús es el “sol de justicia que alumbra a todo hombre”.
En la presentación del libro de Henry de Lubac, Mons Ricardo Blázquez escribió que “la eclesialidad de la fe necesita mayor esclarecimiento y más hondo arraigo en los cristianos”. Espero que no le moleste mi humilde impresión. Creo que “la eclesialidad” de la fe no es un prejuicio histórico, y mucho menos historicista. Estoy de acuerdo en que debe arraigar más hondamente en todos los cristianos, y en todos los pastores. ¡Sencillamente, creo que esto es “creer en la Iglesia”!
Salí hacia la plaza del pueblo, siempre alegremente concurrida. Un amigo me había comunicado su sorpresa al enterarse de la poca participación de los laicos durante los años del Sínodo. A mí no me lo parecía en absoluto. Acaba de leer la convocatoria del cardenal Grech, secretario del Sínodo de la sinodalidad. ¡Una noticia excelente! El Papa, a pesar de su estado de enfermedad había aprobado el pasado 11 de marzo desde el hospital, un decreto que alargaba el itinerario de implementación del Sínodo. Lo mismo que me había confirmado mi cardenal. Respiré con alivio. ¡Esta dimensión es “esencial de la vida eclesial, a nivel local y universal”! Este objetivo va más allá de la salud o la vida del Papa y debe ser percibido por todos como su herencia espiritual.
Me acerqué hasta el carrusel que había en el centro de la plaza. Había caballos que subían y bajaban al compás de la música, un par de coches antiguos y una especia de taza gigante de café, con dos niños dentro. Estaban de foto. Ella llevaba una coleta rosa en el pelo, y no paraba de reír; y el niño moqueaba un poco y echaba los mocos hacia abajo y las manos hacia arriba en señal de frenesí. La taza giraba con las agujas del reloj y el suelo del carrusel en sentido contrario. La sensación de absoluta movilidad era recibida con jovial alborozo de los pequeños y a sus padres les caía la baba de entusiasmo. Me acerqué hacia ellos -que tenían los pies bien sujetos al suelo- y nos reímos juntos. ¡Era una ilusión de libertad compartida entre todos!
Pensé que era como un signo de lo que podíamos vivir en los próximos años. ¡Una gozada eclesial que durará hasta octubre del 2028! El itinerario de acompañamiento comprometerá a todas las estructuras eclesiales. Todos, todos, desde las diócesis, hasta los institutos de vida consagrada, asociaciones laicales y movimientos eclesiales serán acompañados por el proceso sinodal. El cardenal Grech subrayaba los momentos más significativos de este peregrinar sinodal. Primero habrá que esperar al documento de apoyo para la fase de implementación. En octubre del 2025 se celebrará el Jubileo de los equipos sinodales. Durante el 2027 se realizarán las asambleas de evaluación, tan importantes para garantizar el éxito del Sínodo tanto a nivel diocesano, nacional e internacional. Yo ya me imaginaba mi diócesis reunida fraternalmente para no perder el hilo de este caminar unidos. En el 2028, se realizarían las asambleas continentales, incluida la africana. Y, por fin este proceso culminará con la asamblea final en el Vaticano en octubre del 2028. ¡Un caminar unidos en participación de todos los sectores de la Iglesia, desde el clero hasta los laicos! Estos equipos no solo serán “fortalecidos y ampliados” sino “los encargados de acompañar ordinariamente la vida sinodal de las Iglesias locales.”
El objetivo del Papa no persigue únicamente consolidar la sinodalidad en el horizonte de la esperanza jubilar, sino que implementa en todos nosotros un llamado a vivirlo desde la esperanza eclesial. Me fijé que uno de los varones del grupo se retiraba unos metros para fumar un pitillo. Las mamás seguían el movimiento del carrusel con un sentimiento enorme de empatía. Siempre he envidiado esta capacidad del corazón femenino. Pero me acerqué hasta aquel hombre (de mi edad) que gozaba del alboroto desde una distancia prudencial. La herencia del patriarcado ha marcado tan terriblemente nuestra herencia masculina que no deberíamos perder la oportunidad de la conversión a la que nos compromete nuestra fe. Mientras charlábamos de tonterías, como el buen gusto de los cardos asados, o la armonía de sabores de una ensalada con espárragos, cogollos, borrajas y cardos. Los dos convinimos en que la menestra es lo mejor.
La mujer llamó a su marido -con una mirada cómplice- para que se
reuniera al grupo. Era una mirada cariñosa alejada de las que
suelen lanzar las apoderadas. Luego todos -incluido yo- recibimos
el gozo con que la chiquillada celebraba volver a poner los pies en
el suelo -que suele estar fijo-
Mientras me alejaba de la plaza oré por la salud del Papa, pero muy
especialmente me uní al proceso que pronto va a empezar y me
comprometí a vivirlo desde la distancia, pero sin desconectarme al
júbilo y alborozo de este renacer sinodal, con la misma candidez
con la que los niños habían celebrado por un instante que el
movimiento es hilarante.
Nunc coepi (ahora empiezo)

Llegó el Papa León. Vi su rostro sereno, su sonrisa, su palabra amable pero clara y su deseo de unidad. Oré para que el Señor le confortara en su difícil misión. No sería sucesor de Francisco sino de San Pedro, bendecido con la noble misión de confirmar la fe de sus hermanos.
Me aparté del ruido mediático. Intenté que se me concediera ser el encargado de la ermita del Remei, en el Montseny. Así podría continuar celebrando la eucaristía en el mismo altar en el que dije la primera Misa. Se cruzaron en mi camino nuevas dificultades eclesiásticas, esta vez alimentadas por la miseria de la difamación, tan frecuente en nuestra clerecía. No me extrañó aunque me dolió. Y mucho. El cardenal Omella me acogió de nuevo y me prometió una rectoría donde podría recogerme antes de decidir ingresar en la Residencia de sacerdotes, algo que retrasaré todo el tiempo que pueda. Y marché los meses estivales a Portugal, donde el aire es más fresco. Dediqué el tiempo a cultivar rosas, rezar, pasear. No escribí mucho hasta hace unos días.
Regresé esperanzado hace dos semanas. Efectivamente, el señor Cardenal cumplió su palabra. Pude ver en vídeo estas tres casas rectorales vacías, todas en el Maresme. Me parecía un sueño que -al fin- se hiciera realidad el sueño. Pero, enseguida la terrible realidad me despertó del plácido sueño. No sería ninguna de estas tres parroquias mi destino, sino una oferta nada parecida. Una rectoría de Barcelona de la que "pronto" deberían irse sus inquilinos. En concreto, un sacerdote con denuncias civiles de abuso infantil. Para mí, esto y nada es lo mismo, porque ya he sufrido mucha denuncia injusta como para creerme demasiado ligeramente las cosas. Lo que fue evidente es que este cambio de 180 grados en mi vida ya no lo aceptaría nunca más. Decliné amablemente la oferta y volví a casa libre como un pájaro.
Mejor: Libre como un hijo de Dios y sacerdote de Jesucristo que ya había asimilado que el precio de la libertad es la cruz. En cualquier caso, también he aprendido del doloroso camino que empezó hace dos años algunas cosas. Que la mayoría de eclesiásticos sufren más por su fama y prestigio que por el servicio a la verdad. Por esta razón, seguiré escribiendo. Entre otras cosas, el hacerlo es una protección personal inmejorable.
Otra novedad me esperaba al llegar a casa de mi hermano. Tanto él como su esposa, padres de dos religiosas del I.V.E -todavía intervenido por la Santa Sede, me construían una modesta habitación en la que -al fin- podía descansar. Volvería al servicio de la comunidad de religiosas del Cordero y a la ayuda a las parroquias del Montseny, donde me recibieron con los brazos abiertos.
Con estas última confidencias, ya puedo cumplir con mi palabra. Presento en mi web personal aquellos artículos que -en su día- fueron censurados en facebook y causa de malestar entre eclesiásticos que confunden obediencia con sumisión. Yo ya traigo hechos mis deberes. Y por esta razón, publico a continuación un artículo inmejorable del Mons. Schneider titulado : «Criminales espirituales y asesinos de almas». Me uno totalmente a su posición y prometo, -en adelante- con libertad y sin asomo de sumisión, ser apóstol de la verdad, tan perseguida tanto fuera como dentro de la Iglesia.
Relegaré las redes únicamente para difundir los escritos que periódicamente editare en este mismo block de ahora en adelante, con un ritmo semanal a ser posible. Les dejo los enlaces acostumbrados así como un formulario de contacto.

Criminales espirituales y asesinos de almas por Mons. Schneider.
En una entrevista exclusiva concedida a la periodista Diane Montagna, Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná (Kazajistán), lanzó una dura advertencia contra la reciente peregrinación internacional LGBTQ+, aprobada por el Vaticano en el marco del Jubileo 2025. Schneider calificó el evento como una “desecración de la Puerta Santa” y un “ultraje a Dios”, al tiempo que acusó a los clérigos que promueven la agenda homosexual de ser “criminales espirituales” y “asesinos de almas”. Un evento aprobado por el Vaticano El evento, incluido en el calendario oficial del Jubileo 2025 del Vaticano, fue organizado por asociaciones como Tenda di Gionata (Italia), la Red Global de Católicos Arcoíris y Outreach, liderada en Estados Unidos por el jesuita padre James Martin.
Durante la peregrinación, más de mil participantes asistieron a una vigilia donde una pareja lésbica compartió públicamente su “historia de amor”. Fotografías virales mostraron a dos hombres tomados de la mano en la Basílica de San Pedro, uno con una mochila con la frase “F*** the Rules”, y a otro joven con camiseta arcoíris posando para selfies con el Baldaquino de Bernini de fondo. Finalmente la Misa presidida por Mons. Francesco Savino, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, quien alentó a los presentes a esperar con paciencia el reconocimiento eclesial de las uniones homosexuales. Mons. Schneider: «Un grito silencioso de horror e indignación» Mons. Schneider dijo a Montagna que su primera reacción fue un “grito silencioso de horror e indignación”, asegurando que lo ocurrido en la Basílica de San Pedro evoca las palabras de Cristo sobre la “abominación de la desolación en el lugar santo” (Mt 24,15). Subrayó que entrar por la Puerta Santa sin arrepentimiento, promoviendo ideologías contrarias al sexto mandamiento, constituye una burla a Dios y una profanación del Jubileo. El prelado acusó directamente a las autoridades vaticanas de colaborar en el desprecio público de la moral católica: “Se permitió que los mandamientos de Dios fueran escarnecidos”. Pero señaló que, desde un punto de vista teológico, la veneración de la Pachamama en 2019 fue aún más grave, aunque ambos eventos —dijo— requieren un acto público de reparación por parte del Papa.Mons. Schneider imploró a Papa León XIV a repetir el gesto de San Juan Pablo II, quien en el Jubileo del año 2000 denunció públicamente el World Pride de Roma. Schneider pidió al Papa actos de reparación, afirmando que la verdadera humildad consiste en reconocer los errores y reparar el daño.
Diane Montagna: Una foto viral de dos hombres homosexuales cogidos de la mano en la Basílica de San Pedro, uno con una mochila en la que se leía “F*** the Rules”, y otra imagen de un joven con una camiseta “arcoíris” haciéndose un selfie de su mano en forma de garra con el Baldaquino de Bernini de fondo, han dado la vuelta al mundo desde el 6 de septiembre. El grupo de peregrinos también entró en la Basílica llevando en alto una “cruz arcoíris”; se desconoce cómo un objeto así pasó la seguridad. La peregrinación fue aprobada por el Vaticano, como parte del Año Jubilar convocado por el papa Francisco. Excelencia, ¿Cuál fue su primera reacción al ver estas fotos?
Mons. Athanasius Schneider: Mi reacción fue un grito silencioso de horror, indignación y dolor. Todos los verdaderos creyentes en la Iglesia —tanto fieles como clérigos— que todavía sostienen la validez de los mandamientos de Dios y lo toman en serio, deberían experimentar esta provocación como una bofetada descarada. Creo que muchos católicos fieles y miembros del clero permanecen, en cierto sentido, aturdidos por semejante golpe y necesitan tiempo para reponerse. Ha tenido lugar en la Basílica de San Pedro un acto sin precedentes, que bien puede describirse, en palabras de Nuestro Señor, como una “abominación de la desolación en el lugar santo” (cf. Mt 24,15).
Diane Montagna: ¿Cuál es el significado de la Puerta Santa y cómo influye en la realidad de lo sucedido el 6 de septiembre?
Mons. Schneider: Uno de los significados esenciales del Año Jubilar y de la Puerta Santa consiste en “conducir al hombre a la conversión y la penitencia”, como explicó san Juan Pablo II en la bula de convocación del Año Santo 2000. Otro signo característico es la indulgencia, que constituye uno de los elementos esenciales del Jubileo. Así, el Año Jubilar es un medio poderoso de la gracia de Dios para ayudar a los fieles a progresar en la santidad mediante una recepción fructuosa del sacramento de la penitencia y la obtención de la indulgencia, lo cual implica un desprendimiento consciente de todo pecado grave y desorden moral. Pues “la entrega libre y consciente al pecado grave… separa al creyente de la vida de la gracia con Dios y, por tanto, lo excluye de la santidad a la que está llamado” (Juan Pablo II, Incarnationis Mysterium, 9).El objetivo declarado de las organizaciones LGBTQ+ que convocaron a sus adherentes y activistas para esta peregrinación jubilar era que la Iglesia reconociera y legitimara los llamados derechos homosexuales, incluidas las relaciones homosexuales y otras formas de conducta sexual extramatrimonial. No hubo señales de arrepentimiento ni de renuncia a pecados objetivamente graves ni al estilo de vida homosexual por parte de los organizadores y participantes en esta peregrinación. Atravesar la Puerta Santa y participar en el Jubileo sin arrepentimiento, promoviendo una ideología que rechaza abiertamente el sexto mandamiento de Dios, constituye una especie de profanación de la Puerta Santa y una burla de Dios y del don de la indulgencia.
Diane Montagna: Los grupos implicados en el evento (Tenda di Gionata, la Red Global de Católicos Arcoíris y Outreach, dirigida por el P. James Martin, SJ) rechazan la idea de conversión del estilo de vida LGBTQ+ y creen, en cambio, que ha llegado el momento de que la Iglesia lo reconozca. ¿Qué dice sobre el estado actual del Vaticano que se haya permitido este evento?
Mons. Schneider: En esto, las autoridades responsables de la Santa Sede colaboraron de facto en socavar y poner en duda la validez del sexto mandamiento de Dios, particularmente su condena explícita de la actividad homosexual. Se quedaron de brazos cruzados y permitieron que Dios fuera objeto de burla y que sus mandamientos fueran despreciados con arrogancia.
Diane Montagna: ¿En su opinión, este evento fue peor que el escándalo de la Pachamama?
Mons. Schneider: Desde un punto de vista teológico y objetivo, la veneración de la Pachamama en la Basílica de San Pedro fue peor que la peregrinación LGBTQ+, pues constituyó una transgresión directa del primer mandamiento del Decálogo y, por lo tanto, fue más impía incluso que un hecho abominable que contradice o ridiculiza el sexto mandamiento. La promoción de la sodomía y de otras inmoralidades sexuales equivale a una forma indirecta de idolatría, mientras que al ídolo Pachamama se le rindieron actos explícitos de veneración religiosa: incienso, luces, velas y postraciones. Ambos eventos deben ser reparados públicamente por el Papa mismo. Esto es urgentemente necesario, antes de que sea demasiado tarde, porque Dios no puede ser burlado (cf. Gal 6,7).
Diane Montagna: Antes de la peregrinación por la Puerta Santa, se celebró una misa presidida por Mons. Francesco Savino, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en la iglesia del Gesù de Roma, regida por los jesuitas. Todos podían recibir la comunión. ¿No es el asentimiento a toda la doctrina y moral de la Iglesia un requisito previo para recibir al Señor en la Eucaristía?
Mons. Schneider: Sí, ciertamente es un requisito, como lo ordena Dios en la Sagrada Escritura mediante la enseñanza de san Pablo: “Quien coma y beba sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles, y bastantes han muerto” (1 Cor 11,29-30). La Iglesia ha mantenido este precepto inmutable y universal durante dos mil años, y lo conserva aún en su enseñanza oficial. El Catecismo afirma claramente: “Quien tenga conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (n. 1415). Además, señala que la Sagrada Escritura “presenta los actos homosexuales como actos de grave depravación, [y] la tradición siempre ha declarado que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. En ningún caso pueden ser aprobados” (n. 2357).Al permitir estas misas públicas para organizaciones LGBTQ+ en Roma y concederles el paso por la Puerta Santa de San Pedro, las autoridades de la Santa Sede mostraron ante todo el mundo una contradicción flagrante entre la enseñanza oficial de la Iglesia y su práctica. De este modo, estas altas autoridades repudiaron de hecho la doctrina que están obligadas a custodiar. A la luz de estos hechos manifiestos y evidentes para todos, cabe preguntarse: ¿puede el mundo seguir tomando en serio la enseñanza oficial de la Iglesia?
Diane Montagna: La organización “Courage International” es un apostolado que sirve a hombres y mujeres con atracción hacia el mismo sexo, ayudándoles a llevar una vida de santidad conforme a la plenitud de la fe católica. Si la peregrinación del sábado hubiera sido patrocinada por Courage, no habría habido escándalo. ¿Cuál es su mensaje para las personas que participaron en el evento, que están siendo engañadas por el P. James Martin y el movimiento LGBTQ+?
Mons. Schneider: Mi mensaje para ellos es ante todo de compasión. Porque cuando una persona rechaza conscientemente el mandamiento explícito de Dios que prohíbe toda actividad sexual fuera de un matrimonio válido, se coloca en el mayor peligro: perder la vida eterna y ser condenado eternamente al infierno. Debemos mostrar compasión hacia quienes buscan legitimar la actividad homosexual y perseveran en ella sin arrepentirse e incluso con orgullo. El verdadero amor hacia estas personas consiste en llamarlas, con suavidad pero con constancia, a la conversión genuina a la voluntad revelada de Dios. Estas personas están engañadas por el espíritu maligno, por Satanás, el padre de la mentira, y en el fondo son infelices, aunque hayan sofocado la voz de su conciencia. Tenemos que estar llenos de gran celo por salvar estas almas, liberarlas de engaños venenosos. Los sacerdotes que los confirman en su actividad homosexual o en un estilo de vida homosexual son criminales espirituales, asesinos de almas, y Dios les pedirá una estricta cuenta, conforme a su palabra: “Hijo de hombre, te he puesto como centinela para la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si digo al malvado: ‘¡Oh malvado, ciertamente morirás!’, y tú no hablas para advertir al malvado que se aparte de su camino, ese malvado morirá por su iniquidad, pero yo te pediré cuentas de su sangre” (Ez 33,7-8).
Diane Montagna: Este evento fue planeado antes de la elección de León XIV. Algunos han argumentado que habría sido peor si el papa Francisco aún estuviera vivo. Señalan que León XIV no recibió a la delegación LGBT+ en su audiencia general jubilar en la plaza de San Pedro el sábado, ni les envió un mensaje.
Mons. Schneider: Estos argumentos no convencen. Que el Papa hubiera recibido a una delegación pro-LGBTQ+ habría sido verdaderamente inédito y el colmo del escándalo. El hecho de que León XIV no provocara semejante escándalo no justifica en absoluto su consentimiento de facto a este evento. No se puede suponer razonablemente ingenuidad por su parte, porque era completamente previsible que una organización pro-LGBTQ+, o al menos algunos de sus miembros, aprovecharían la Puerta Santa y la Basílica de San Pedro como plataforma para promover una ideología que desprecia y rechaza abiertamente la voluntad explícita de Dios expresada en su santo mandamiento.
Diane Montagna: El P. James Martin difundió fotos de una audiencia que tuvo con el Papa León varios días antes del evento. ¿Los papas antes de Francisco recibían a personajes de este tipo? ¿Qué piensa de estas y otras audiencias recientes, como la de la controvertida dominica sor Lucía Caram, quien supuestamente apoya el “matrimonio gay”?
Mons. Schneider: Antes del pontificado de Francisco, los sucesores de Pedro ni recibían oficialmente ni se fotografiaban con quienes, de palabra o de obra, rechazaban abiertamente la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia. Con estas reuniones oficiales y fotografías, León XIV envió de facto al mundo un mensaje de que no se distancia de sus enseñanzas y conductas heterodoxas y escandalosas, sobre todo porque la Santa Sede no ofreció aclaraciones después ni corrigió los mensajes triunfalistas del P. James Martin difundidos en redes sociales. Hay un dicho común que reza: “Qui tacet consentire videtur” —“Quien calla, parece consentir”.
Diane Montagna: La Iglesia no solo ha predicado la verdad, sino que también ha combatido activamente el error. A medida que el islam crece en Occidente y Europa se descristianiza, qué está en juego si la Iglesia Católica cede su autoridad moral a estos lobbies y movimientos?
Mons. Schneider: San Pedro y sus sucesores, los Romanos Pontífices, junto con la Santa Sede, y por tanto la Iglesia Católica como tal, recibieron de Cristo mismo la más alta autoridad moral en este mundo. Esa autoridad consiste en enseñar al mundo entero —personas de todas las naciones y religiones— los mandamientos de Dios, es decir, observar todo lo que Cristo ha mandado (cf. Mt 28,20).En la medida en que el magisterio de la Iglesia —en la Santa Sede y en el episcopado— se debilita, se vuelve ambiguo, confuso o incluso contradictorio, inevitablemente aumentará la influencia de la anti-verdad, en todas sus formas ideológicas y religiosas.
La fuerza del islam puede resultar cada vez más atractiva para algunos, pero el islam no puede ni podrá jamás impartir al alma humana la gracia necesaria para transformarse interiormente en un hombre nuevo mediante la gracia de Cristo. Vivo en un país de mayoría musulmana con fuerte presencia ortodoxa; cuando la gente ve estos acontecimientos, tanto líderes religiosos como personas comunes preguntan qué le pasa al Papa y a la Santa Sede.
Al permitir tales escándalos, las autoridades de la Santa Sede están silenciando la verdad de Cristo, la voz de Cristo. Por eso es imperativo en nuestro tiempo que las palabras del Papa y de la Santa Sede sobre la enseñanza de la Iglesia correspondan fielmente con sus actos. Porque no hay autoridad moral más alta en este mundo que la de Jesucristo, que confió su autoridad al Magisterio del Papa y del episcopado. ¡Qué tremenda responsabilidad! ¡Y qué inmensa rendición de cuentas en el juicio de Cristo!
Diane Montagna: Escribí al portavoz vaticano Matteo Bruni preguntando si el Vaticano emitiría un reconocimiento de que esto no debió permitirse y una disculpa por el escándalo, pero no hubo respuesta. ¿Qué revela este silencio?
Mons. Schneider: La Santa Sede se encuentra en una especie de callejón sin salida y afronta dos reacciones. Por un lado, las organizaciones que promueven la legitimación del estilo de vida LGBTQ+ se alegraron. La inclusión de activistas LGBTQ+ entre los grupos de peregrinos del Año Santo y su solemne entrada en la Basílica de San Pedro —el centro espiritual del catolicismo— envió al mundo entero el mensaje de que la Santa Sede reconoce el objetivo principal de estas organizaciones: la aprobación de la actividad homosexual y otras conductas sexuales fuera del matrimonio. El mundo aplaude al Papa León XIV y a la Santa Sede por esto. Por otro lado, están todos aquellos —católicos, pero también no católicos y personas de otras religiones— que aún sostienen la validez de los mandamientos de Dios y lo toman en serio, y que se encuentran en estado de shock. Todos los hijos fieles de la Santa Iglesia se sienten profundamente humillados. Es como un rubor en los rostros de los hijos de la Iglesia. Nos sentimos avergonzados ante Dios. Se percibe un silencio embarazoso en la Santa Sede, semejante al silencio de conciencia turbada de quien sabe que ha hecho mal.
Diane Montagna: Este evento ocurrió en el primer sábado del mes, día en que Nuestra Señora de Fátima pidió especialmente reparación por las ofensas contra su Inmaculado Corazón. ¿Cómo pueden los fieles remediar lo sucedido?
Mons. Schneider: La situación es nada menos que una humillación pública de nuestra Santa Madre Iglesia ante la vergonzosa alegría de los enemigos de los mandamientos de Dios. Debemos hacer un acto colectivo de reparación por la ofensa cometida contra la santidad de la casa de Dios y de sus mandamientos. Nosotros, los hijos de la Iglesia —sobre todo el Papa, y especialmente aquellos clérigos que permitieron, apoyaron e incluso justificaron semejante abominación— debemos hacer nuestras las palabras del profeta Daniel: “A ti, Señor, pertenece la justicia, pero a nosotros la confusión de rostro… por haber pecado contra ti. A nosotros, Señor, la confusión de rostro, a nuestros reyes, a nuestros príncipes y a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti” (Dan 9,7-8).
Diane Montagna: Durante el Gran Jubileo del año 2000, Roma acogió la primera Marcha del Orgullo Mundial (1–9 de julio de 2000). San Juan Pablo II denunció públicamente aquel evento, diciendo:
“En nombre de la Iglesia de Roma, solo puedo expresar mi profunda tristeza por el agravio al Gran Jubileo del Año 2000 y la ofensa a los valores cristianos de una ciudad tan querida al corazón de los católicos en todo el mundo. La Iglesia no puede callar sobre la verdad, porque de hacerlo fallaría en su fidelidad a Dios Creador y no ayudaría a distinguir el bien del mal” (Ángelus, 9 de julio de 2000).Mons. Schneider: En este sentido, basta leer lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica, que, después de señalar que los actos homosexuales son contrarios a la ley natural, afirma: “El número de hombres y mujeres que tienen tendencias homosexuales profundamente arraigadas no es despreciable. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida y, si son cristianos, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar a causa de su condición” (n. 2358).
Diane Montagna: Excelencia, ¿qué mensaje desea enviar al Papa León XIV?
Mons. Schneider: Quisiera implorar al Papa León XIV que repita, en sustancia, estas palabras de san Juan Pablo II, manifestando así ante el mundo entero la verdadera humildad de reconocer la culpa de la Santa Sede por el escandaloso evento LGBTQ+ en la Basílica de San Pedro. La humildad es valentía en la verdad. Si León XIV realiza actos públicos de arrepentimiento y de reparación, no perderá nada; si no lo hace, perderá algo a los ojos de Dios, y solo Dios importa. De corazón deseo que el Papa León XIV reciba la gracia de Dios para tener el valor de reparar este acto de abominación que ha manchado la santidad del Año Jubilar, haciendo suyas en toda verdad las palabras de san Pablo: “No me he acobardado de anunciaros todo el designio de Dios” (Hch 20,26-27).
Diane Montagna: Excelencia, ¿quiere añadir algo más?
Mons. Schneider: El Papa León XIV no es vicario de Francisco, sino Vicario de Jesucristo, que le pedirá cuentas por la defensa de la verdad. La armonía no fue el objetivo de Cristo, de otro modo no habría sido crucificado. Y san Agustín habría gozado de una vida muy armoniosa si no hubiera combatido los errores de su tiempo, también dentro de la Iglesia.Que nuestro Santo Padre, el Papa León XIV, tome en serio las palabras de Nuestro Señor, dichas por medio de santa Brígida de Suecia a uno de sus predecesores, el papa Gregorio XI:
“¡Arranca, destruye y extirpa todos los vicios de tu corte! Apártate del consejo de los carnales y mundanos, y sigue humildemente el consejo espiritual de mis amigos. ¡Levántate como un hombre y vístete con fortaleza! Empieza a reformar la Iglesia que compré con mi propia sangre, para que sea reformada y llevada espiritualmente a su estado primitivo de santidad, pues hoy se muestra más veneración a un burdel que a mi Santa Iglesia. Hijo mío, escucha mi consejo. Si me obedeces, te acogeré misericordiosamente como un padre amoroso. Camina con valentía por el camino de la justicia y prosperarás. No desprecies al que te ama. Si obedeces, te mostraré mi misericordia, te bendeciré, te vestiré y te adornaré con las preciosas insignias pontificales de un papa santo. Te revestiré de mí mismo de tal modo que estarás en mí y yo en ti, y serás glorificado en la eternidad” (Libro de las Revelaciones, Libro IV, cap. 149).
Fuente: Infovaticana